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REMES

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Red mundial de escritores en español

miércoles, 6 de octubre de 2010

Una Erasmus para Laura - Capítulo 3


El despertador había comenzado a sonar de una manera inclemente aquel día de septiembre. Paul abrió los ojos y se volvió hacia la otra cama, que ocupaba su hermano Michael, quien seguía durmiendo a pesar del molestos bip-bip del reloj. Con pereza y desgana sacó el brazo de debajo de las sábanas y desconectó la alarma de un manotazo. Suspiró aliviado. El silencio recuperó su lugar en el dormitorio y sus oídos descansaron por un momento, porque al segundo siguiente un inesperado ronquido de Michael le sobresaltó de nuevo. Una zapatilla voló por la estancia yendo a impactar sobre la cara de Michael, no muy fuerte, pero lo suficiente como para hacer que detuviera su sinfonía de ruidos nasales y se diera media vuelta. Una vez más el silencio reinó en la habitación el tiempo suficiente como para poder desperezarse y dejar su mente volar buscando cálidos recuerdos que le dieran al día un tono medio colorido para no estar realmente lamentándose constantemente de la ruptura con su novia.
El primer pensamiento que a Paul le vino a la cabeza fue que la etapa que atravesaba no era realmente la mejor de su vida, Jane, su novia,  le había dejado hacía casi dos meses y aún no se lo creía, seguía como un iluso esperando que Jane reapareciera en su vida y poder poner las cosas en su sitio. Sin embargo, a pesar del tiempo transcurrido, no había dejado de sentirse abandonado ni por un segundo, o al menos así lo creía él: Abandonado… Porque realmente no comprendía los motivos para aquella ruptura. Sólo había bailado con Millie Howard en la fiesta de su cumpleaños en junio y sí… le había metido boca y Millie se le insinuó tan claramente que casi acaban liados en el garaje a no ser por la oportuna aparición de Jane. ¡Pero no había pasado nada para que la sangre llegara al río de aquella manera! Por otra parte los problemas en casa no le dejaban pensar con claridad. Pat, su madre, cada vez más ausente, metida en sus negocios de la sombrerería que había heredado de su familia y que se vanagloriaba de poner en la puerta con letras doradas y bien visibles: “PROVEEDORES DE LA CASA REAL”. Todo porque a mediados del siglo XIX, una vez su bisabuelo, Anthony Waddell, un fabricante sombrerero, con talleres propios en la zona de más expansión fabril de Londres en la época de la revolución industrial victoriana,  había vendido un par de sombreros al príncipe consorte Albert y, desde ese momento, ya nunca más se dignaron entrar en su establecimiento de Oxford Street ni la sombrerería provisto de ningún otro excelso tocado a las reales cabezas. Pero para Pat Waddell, o McClellan, desde que se casara, eso era lo que menos importancia tenía; su negocio era su vida y al que dedicaba todas las horas que hiciera falta. Más, ahora que sus hijos ya eran adultos y no la necesitaban tanto. Los enfados de su padre por estas ausencias cada vez eran mayores y las discusiones que se provocaban entre ellos como consecuencia del trabajo de su madre y sus horarios afectaban cada vez más al equilibro familiar. La única que parecía feliz era Ruth, con sus estudios de Arte Dramático y la relación que inesperadamente había comenzado con un profesor de su Escuela Universitaria y que intentaba mantener en secreto. Sólo Paul lo sabía, a Michael no le había confiado nada.  Desde pequeño había tenido fama de chivato en la casa y ahora, ya mucho más crecidito, habría hecho lo mismo si se hubiese enterado del idilio de su hermana con un hombre casi veinte años mayor que ella. Sin embargo, Paul era un buen confidente, no escapaba nada por su boca si no se lo permitían, su integridad era absoluta, cuando se trataba de cosas serias. De repente el recuerdo de Jane vino a su cabeza.
 Jane era la mejor amiga de Ruth, también estudiaba Arte Dramático, ambas tenían muchos planes de futuro y Paul y ella se habían conocido por medio de Ruth que se la presentó. Jane era la hija “progre” de un famoso banquero de la capital Christopher Archer, uno de los más firmes colaboradores de las promociones de su padre y sus tres socios, quienes formaban un estudio de arquitectura llamado The Square Architectural Group Ltd. No sabía por qué pensaba en esas cosas, que no venían a cuento, deseaba apartar la imagen de Jane se su cabeza, pero su mente, fuera como fuera, estaba siempre rondando alrededor de Jane y los recuerdos que tenía de ella.
Sin embargo todo indicio de serenidad se esfumó de repente cuando su padre entró en el dormitorio encendiendo la luz y haciendo ruido, como siempre.
―¡Venga, perezosos! ―decía―. ¡Venga! ¡Michael! ¡Paul!... ¡Arriba!
Paul odiaba ese momento. Todos los años igual desde que podía recordar, pero lo cierto era que si su padre no lo hubiese hecho, él nunca hubiese llegado a tiempo a la escuela, al colegio y más tarde a la facultad. La presencia de su padre refrendaba que había llegado el primer día de clase y que había que levantarse muy temprano.
Los sonidos de su hermano al desperezarse se dejaron oír sin más tardar, Paul ya estaba sentado en la cama cuando Michael lo miró sorprendido de verle allí.
―Buenos días… ¡Qué madrugador!
―¿Puede alguien seguir durmiendo con despertador-papá dando voces por el pasillo para despertar a todo el mundo? ―inquirió Paul resignado mientras se vestía su bata para ir al cuarto de baño.
―No remolonees mucho en la ducha, que después se me hace tarde.
―Haberte levantado antes, que has estado roncado ahí fastidiando mis últimos momentos de sueño, rugiendo como un león.  Entre eso y el olor a tus calcetines sudados huele aquí a estercolero, así que estaré en el baño lo que me dé la gana.
―¡Imbécil! ―le gritó Michael tirándole la almohada que golpeó en la puerta―. Tus pies no huelen a colonia precisamente.
―¡Gilipollas! ―le contestó Paul desde el pasillo sin alterarse por el comentario.
La voz de Ruth se oyó tras la puerta agitando un pañuelo de cuello blanco por la rendija que quedaba abierta.
―¿Puedo pasar, Mike?
―Por supuesto, ¿qué pasa?
―Ya veo que estáis los dos despiertos… ―ironizó sonriente aunque encogiendo la nariz―. Aquí huele… huele… ¡a macho!  ¡Abre la ventana, guarro! ¡Qué peste!
―¡Y dale con la peste! ―protestó Michael asomándose al borde de su cama para ver si había por allí algún calcetín―. ¡No es pesada la pava esta! ¿Quieres irte a comprarte un perro y peinarlo? ¡Déjame en paz!
―Ya cepillé ayer a Flea-pit[1]… Hoy te toca a ti, cariño.  
―No llames así a Drake, como te oiga Paul…
―Si me oye y no le gusta, que me bese el trasero ¡Y tú préstame atención de una jodida vez! Tengo que vestirme para desayunar… ―protestó molesta por la indolencia de su hermano―. Le dejé a Paul un juego de Star Wars de mi X-box anoche ―siguió diciendo Ruth sin hacerle caso a los comentarios que seguía haciendo su hermano sobre el nombre del cachorro de pastor alemán que tan sólo tenía cuatro meses y acababa de llegar a la familia como regalo de cumpleaños de los gemelos― y me lo quiero llevar para enseñárselo a Ronald y a Greg. Y también el God of War, ése que le dejé a Peter Hamilton la semana pasada. Estoy segura de que les encantará, pues no conocen el número res.
―¿Ronald McDonald y Peter Parker? ―preguntó Mike con toda intención riéndose sabiendo que eso ponía a Ruth de los nervios.
―Hoy te has levantado gracioso, además de apestoso, ¿eh?
― Tú mamá bien, ¿no, Ruthy?
―¿Qué pasa con Ronald? Es un tío muy divertido y Greg un profe y un coleguita… fuerte… ―sonrió tontorrona―. Y me refería a Peter Hamilton, tu amigo y vecino… ¡Y no le llames Spiderman o acabaré diciéndoselo...! A George no le va a gustar ni un pelo que le pongas motes a su hermano...
 ―Pero si eres tú, pedazo de arpía. ¿Ahora quieres echarme a mí el muerto de los nombrecitos que les pones a nuestros amigos? ―Mike le lanzó un zapato que Ruth esquivó agachándose― Y lo de Ronald... ¿qué quieres que te diga? Ese nombre no es serio para un tío... Es nombre de jugador del Manchester, además de llevarlo ese payaso de las hamburguesas haciendo constantemente gilipolleces en la tele… ¿No será que el nombre te condiciona para ello? ¿A quién se le ocurre llamarse igual? Y no te digo a Spiderman. Ése sí que no es serio ―se rió a carcajadas―. ¿Te columpia en sus telas de araña? Y no voy a consentir que llames así a nuestro amigo Peter Hamilton.
Ruth se había quedado mirándole muy seria esperando una contestación sensata, pero el hecho de que su hermano bromeara con el nombre de su profesor de Introducción Escénica no le había sentado muy bien, últimamente salían juntos, aunque nadie lo sabía excepto  su hermano Paul,  que  se mantenía al tanto, pues no le agradaba mucho la idea  de su hermana saliendo con un profesor, aunque  entre ellos no hubiera llegado a ser algo serio todavía, pero Ruth estaba muy ilusionada con haber conocido a uno de sus profesores y que él se interesase por ella. Por eso motivo le indignaban las bromas de Mike a parte de todos sus pensamientos, Ruth siguió mirando a Mike sin mover un músculo hasta que decidiera contestarle. Mike la miró sonriente sin esperar que ella le dijera de repente:
―Creía que eras gilipollas, pero ahora estoy segura de que lo eres, tío. ¿Dónde está mi juego?
―¡Y yo qué sé dónde está! ―le dijo Mike al fin―. ¿He estado jugando yo acaso? Pues mira en la consola. Estará metido en ella. Paul nunca saca los cedés. ―de momento una idea artera cruzó su cabeza del chico―. ¡Dame su tarjeta de memoria! ¡Se la voy a borrar!
―¿Pero qué estás diciendo? ―exclamó Ruth mirándole con los ojos muy abiertos―. Es demasiado temprano para pensar en fastidiar a Paul de esa manera―… ¡Deja eso ahí! ―le chistó dándole un manotazo en la mano para que soltara la tarjeta de memoria de la consola―. No se te ocurra que luego me cae a mí en sambenito de que no sé manejar la Play. ¿No ves lo cansino que está desde que rompió con Jane?
―¿No será que Jane rompió con él por idiota?
―No ha sido precisamente por eso, Mike. Pero tú debes saberlo mejor que yo. Los dos babeáis por esa Millie Howard Así que no me preguntes. Te veo abajo y no tardes, ¡pestoso! Sabes perfectamente que a mamá no le gusta esperar.
―Sí… abajo… ―se lamentó pensando que llegaría tarde a desayunar―. Suerte la tuya que tienes tu propio baño para ti solita.


 *  *  *
Sentado a la mesa mientras desayunaban John Lane seguía contando anécdotas de su viaje después de una semana. Sus hermanas, Julie y Jaqueline, le escuchaban entusiasmadas. Un viaje a Nueva York sin sus padres para ellas que eran unos años más jóvenes que su hermano, era lo máximo, la libertad absoluta en una ciudad de ensueño.
―¿Qué planes tienes para tu grupo en este año, hijo mío? ―le preguntó su padre mientras bebía el té con leche de su taza.
―Aún no hemos planeado nada ―le contesto John mientras masticaba un trozo de su tostada―. Cuando nos reunamos y hagamos el plan de trabajo, te contaré.
―Espero que los resultados sean tan brillantes como siempre y que sigas manteniendo tu mente puesta en los extraordinarios éxitos que has obtenido hasta ahora…
―Alfred ―le interrumpió Julia, su esposa―, tú también tuviste veinte años y no dedicabas todo el tiempo al estudio… como te dedicas a hora a tu trabajo. Deja respirar al chico. Nos ha demostrado con creces que es merecedor de nuestra confianza.
―Gracias mamá ―le sonrió John, que se había levantado, besándola en la frente―. Me marcho. Paul me espera y no quiero llega tarde el primer día. ¡Hasta luego! ―se despidió de todos alzando la mano.
― ¡Buen día hijo!
―Igualmente, papá. Chicas, sed buenas y tened cuidado con los coches aparcados ―bromeó.


Paul estaba esperándole sentado en uno de los escalones de su porche, ya había sacado su coche del garaje y estaba hablando con George por el móvil. John había entrado por detrás y le sorprendió dándole un manotazo en el hombro. Paul se volvió y le devolvió el manotazo.
―¿Qué pasa tío? ―le dijo John―. La mañana está fresquita. ¿Con quién hablas, coño, pareces una abuela? Siempre colgado de móvil cotilleando con unos y con otros.
―Buenos días John, qué bien encontrarte con tu recién despertado genio matutino dispuesto a arrasar con él medio dormido ánimo de un currante universitario que acaba de madrugar como los búhos y no sabe muy bien qué coño está haciendo sentado en este escalón esperando a un tío como tú.  ¡Yo también me alegro de verte, tronco! 
John le miró serio, no esperaba una respuesta tan contundente de parte de Paul de buena mañana, le sonrió estirando su boca y encajando sus dientes en señal de aceptación. Paul asintió con un movimiento de cabeza contestándole después a la primera pregunta que le había hecho. 
―Es George… hablo con él. ¡Espera!… ―le hizo un gesto con la mano―… Está bien, George, nos vemos en la facultad en una hora. Hasta luego... ¡Ah! y pon tu móvil a cargar, me da que esos ruidacos son falta de batería y no de cobertura, tío. Siempre andas igual, "raspao" de batería, si no, de saldo.
―Pensé que aprovechabas tus momentos de intimidad para recuperar a Jane y no para cuchichear con Georgie de asuntos académicos.
―Eso no ha tenido gracia ―refunfuñó Paul, mientras se guardaba el móvil en el bolsillo del chaquetón―. Mentar a Jane a estas horas de la mañana es nocivo para mi salud, tío, hasta se me encoge cuando pienso en ella y en que he estado ciego como un topo saliendo tantos años con la misma tía sin protestar.  Además para que voy a llamarla si ni siquiera me coge el móvil. Está muy ofendida la muy pedante.
―Llámala desde otro teléfono, que no reconozca tu número. Por lo menos te dará tiempo a decirle que la echas de menos.
Paul entornó los ojos tratando de detectar la intención de las palabras de su amigo, después fingió estar sorprendido.
―¡A veces tienes ideas de bombero, tío! ¡Fantásticas! No sé cómo no se me ocurren a mí, genio.  Pero, la verdad era que estaba esperando a que volvieras de Estados Unidos para que me prestaras tu móvil, por eso de cambiar el número ―le dijo con guasa desmedida―. Lo intentaré después, si me lo prestas.
―¿Hablas en serio?
―¿Aún lo dudas? A esa marisabidilla le encantaría. ¡Pero no, gracias! Estoy muy bien como estoy, me siento libre sin su constante “pegajosidad”.
John sacó el móvil de su bolsillo y se lo alargó para que Paul lo cogiera.
―Ahí lo tienes, llámala.
―¿Deliras, tío? No la llamaría ni en mil años. ¡Joder, John estaba de coña!  ¿Nos vamos?
―¿De coña conmigo a las 7:00 de la mañana en el jardín de entrada de tu casa...?  Vaya lo que puede hacer un verano sin mi patrocinio…―se quejó sorprendido―. Vámonos, Paul. ¡Sí! ¿A qué esperas?
―Abre la reja para que saque el coche o pretendes que salgamos hechos rodajas… Todavía no soy tan preciso como para lograrlo sin arañar el coche.
―Deberías visitar a un psicoanalista. Estás como una cabra, tío. Me vas a volver loco. Y eso que el día acaba de empezar... ¿Cómo será a las 5:30 p.m.? Creo que mis circuitos se fundirán antes. Demasiado esfuerzo para mí en un sólo día. Sobre todo eso de asimilar que acabas de llamar a Jane pedante y marisabidilla. ¡Lo flipo! Empiezo a sentir sus chisporroteos.
―No me tratéis como a un pobre idiota que ha sido tirado como a un pañuelo de papel sucio por su excéntrica y progre novia y yo no os contestaré como a unos enteradillos… Pues no parece que he sido sólo yo a quien han dejado. Se te ha olvidado lo tuyo con Nina Sutton.
―Pero de eso hace ya mucho tiempo… ¿A cuántas he dejado yo desde entonces?
―Pero qué burro eres, John… ―exclamó mientras se ponía al volante de su coche―. No me querrás decir que has andando picando de flor en flor sólo para darle celos y vengarte de Nina Sutton…
―Todavía recuerdo cuando se pegó la muy calentona aquel inflón de ostras a mi costa…
―¿Ostras? ―inquirió sorprendido―. ¡Coño, eso no me lo habías contado!
―Olvídalo ―le pidió John subiéndose en el coche―. Tampoco quiero acordarme de ella ni de las ostras.
―¿Ves como duele?
―¿A qué te refieres con eso? ¿Quizá a algo físico?
―No exactamente. Pero… ¿No irás a dejarme a dos velas con lo de las ostras?
―¿Quién es ahora el listillo? ―se quejó John con una media sonrisa―. Las cosas hay que ganarlas…
El Mini Cooper-S salió de la preciosa casa en Cavendish Avenue, donde Paul vivía con sus padres, en el distrito de Saint John's Wood, una zona bastante céntrica y refinada, y tomó su ruta hacia la Escuela Bartlett de Arquitectura en un corto camino rodeando Regent’s Park hacia Gower Street, donde se emplazaba. 
―¿Qué hora es? ―inquirió Paul cuando se detuvieron en el primer semáforo.
―Las 7:15.
―Si nos cogen abiertos los semáforos ―calculó Paul ya en marcha consultando el reloj que siempre llevaba en a mano derecha―,  en doce minutos estaremos allí. Pero desde mañana iremos en metro. No pienso pasearte en mi coche todos los días, como hice el año pasado, y llevarte y traerte de gañote, por tu cara bonita, mientras tú coche y tu “gasofa” están a buen recaudo en el garaje de tu casa. ¡Ah! no, no…
―Te has vuelto de un ahorrador que da asco, tío ―se quejó John mirándole sorprendido―.  ¡Qué cascarrabias te has vuelto! Sabes muy bien lo que me pasa con el metro…
Paul lo miró y torció el gesto.
―Sí, tío, lo sé… Pero tú sabes cómo ha subido la “gasofa” con la crisis… y sabes lo que me pasa con mi bolsillo… Eso hay que tenerlo en cuenta. No me sobra el parné como a cualquier pavo de mi edad.
Paul lo miró y la seriedad de su rostro se tornó en una amplia sonrisa que acabó en carcajada al pensarse eso de perder una hora de sueño por la mañana. John odiaba madrugar.
―Está bien, nos iremos en metro… aunque eso suponga levantarse una hora “antes” ―asintió John gesticulando pesaroso para darle pena a su amigo―… y un trauma personal.
―Bueno, si te pones así ―le sugirió haciendo cábalas―… Pagando la “gasofa” a medias, y alguna concesión adicional…  Seguiremos yendo en mi coche.
―¿Y si no?
―Eso está claro… Nos levantamos más temprano y, si no te gusta el metro, por lo que todos ya sabemos…, te irás en bicicleta. Te presto la mía. Mira si soy considerado.
―Muy gracioso, ¿Vas a obligarme a subir en un tren de esos? ¿Y tú?
―Pues, lo haré también, iré en metro. A mí no me da grima. El frío para ti, que eres muy macho.
―¡De acuerdo, cicatero!  La “gasofa”  a medias…
―¡Todo el curso! ―demandó Paul conociéndolo muy bien.
―¡Valeee! Todo el curso. ¿Contento ya?
―¡Bien! la “gasofa” a medias todo el curso y saber que fue eso de la historia de las ostras y Nina Sutton.
―Conforme… ¡Cotilla!
[1] Flea pit (fli-pit) = saco de pulgas, montón de pulgas…

5 comentarios:

Klaudia Quiroga dijo...

Me parece un capítulo entretenido y un buen enlace para lo que sigue. Me gusta la perspectiva que tiene Paul sobre la ruptura con su novia, es tan varonil hahaha. Y las presentaciones de las familias, son muy acogedoras.

Escritora Laura M.Lozano dijo...

Me gusta que te guste Paul y que te parezca así. En esta novela es mi personaje(masculino) favorito seguido de John. Lo de la ruptura con su novia sólo le va a trear problemas al pobre Paul, pero no te digo más. jajajaja. Un beso

Bea dijo...

Bueno, como te dije... me pasaria!!! Me encanta la forma de pensar de paul!!! Es como todo hombre piensa y.. un poko tierno? No se, me refiero en el momento que echa de menos a Jane!!! Voy a ver si puedo leer el siguiente, ke me está gustando este intercambio de personajes y demas!!!Que hay muchos!!! Un besito guapisima!!! Muaks.
Bss de tiramisú = D

Limeña introvertida dijo...

Hola

Limeña introvertida dijo...

Hola Laura, cada vez me gusta más la historia!!!
No había podido leer más que el primer capítulo, pero ahora ya voy en el tercero y espero seguir avanzando. Esos chicos son curiosos. Me es algo complicado entender su jerga pero ahí voy, creo que cuando termine de leer "una erasmus para Laura" voy a ahablar como una joven española =))

Un beso y ahora voy por el cap. 4!!!

Que las hadas y musas elijan un capítulo para ti. Con suerte te quedas a compartir esta aventura.


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