El despertador había comenzado a sonar de una manera
inclemente aquel día de septiembre. Paul abrió los ojos y se volvió hacia la
otra cama, que ocupaba su hermano Michael, quien seguía durmiendo a pesar del
molestos bip-bip del reloj. Con pereza y desgana sacó el brazo de debajo de las
sábanas y desconectó la alarma de un manotazo. Suspiró aliviado. El silencio
recuperó su lugar en el dormitorio y sus oídos descansaron por un momento,
porque al segundo siguiente un inesperado ronquido de Michael le sobresaltó de
nuevo. Una zapatilla voló por la estancia yendo a impactar sobre la cara de
Michael, no muy fuerte, pero lo suficiente como para hacer que detuviera su sinfonía
de ruidos nasales y se diera media vuelta. Una vez más el silencio reinó en la
habitación el tiempo suficiente como para poder desperezarse y dejar su mente
volar buscando cálidos recuerdos que le dieran al día un tono medio colorido
para no estar realmente lamentándose constantemente de la ruptura con su novia.
El primer pensamiento que a Paul le vino a la cabeza
fue que la etapa que atravesaba no era realmente la mejor de su vida, Jane, su
novia, le había dejado hacía casi dos
meses y aún no se lo creía, seguía como un iluso esperando que Jane
reapareciera en su vida y poder poner las cosas en su sitio. Sin embargo, a
pesar del tiempo transcurrido, no había dejado de sentirse abandonado ni por un
segundo, o al menos así lo creía él: Abandonado… Porque realmente no comprendía
los motivos para aquella ruptura. Sólo había bailado con Millie Howard en la
fiesta de su cumpleaños en junio y sí… le había metido boca y Millie se le
insinuó tan claramente que casi acaban liados en el garaje a no ser por la oportuna
aparición de Jane. ¡Pero no había pasado nada para que la sangre llegara al río
de aquella manera! Por otra parte los problemas en casa no le dejaban pensar
con claridad. Pat, su madre, cada vez más ausente, metida en sus negocios de la
sombrerería que había heredado de su familia y que se vanagloriaba de poner en
la puerta con letras doradas y bien visibles: “PROVEEDORES DE LA CASA REAL”. Todo porque a mediados del siglo XIX,
una vez su bisabuelo, Anthony Waddell, un fabricante sombrerero, con talleres
propios en la zona de más expansión fabril de Londres en la época de la
revolución industrial victoriana, había
vendido un par de sombreros al príncipe consorte Albert y, desde ese momento,
ya nunca más se dignaron entrar en su establecimiento de Oxford Street ni la
sombrerería provisto de ningún otro excelso tocado a las reales cabezas. Pero
para Pat Waddell, o McClellan, desde que se casara, eso era lo que menos
importancia tenía; su negocio era su vida y al que dedicaba todas las horas que
hiciera falta. Más, ahora que sus hijos ya eran adultos y no la necesitaban
tanto. Los enfados de su padre por estas ausencias cada vez eran mayores y las
discusiones que se provocaban entre ellos como consecuencia del trabajo de su
madre y sus horarios afectaban cada vez más al equilibro familiar. La única que
parecía feliz era Ruth, con sus estudios de Arte Dramático y la relación que
inesperadamente había comenzado con un profesor de su Escuela Universitaria y
que intentaba mantener en secreto. Sólo Paul lo sabía, a Michael no le había
confiado nada. Desde pequeño había
tenido fama de chivato en la casa y ahora, ya mucho más crecidito, habría hecho
lo mismo si se hubiese enterado del idilio de su hermana con un hombre casi veinte
años mayor que ella. Sin embargo, Paul era un buen confidente, no escapaba nada
por su boca si no se lo permitían, su integridad era absoluta, cuando se
trataba de cosas serias. De repente el recuerdo de Jane vino a su cabeza.
Jane era la
mejor amiga de Ruth, también estudiaba Arte Dramático, ambas tenían muchos
planes de futuro y Paul y ella se habían conocido por medio de Ruth que se la
presentó. Jane era la hija “progre” de un famoso banquero de la capital
Christopher Archer, uno de los más firmes colaboradores de las promociones de su
padre y sus tres socios, quienes formaban un estudio de arquitectura llamado
The Square Architectural Group Ltd. No sabía por qué pensaba en esas cosas, que
no venían a cuento, deseaba apartar la imagen de Jane se su cabeza, pero su
mente, fuera como fuera, estaba siempre rondando alrededor de Jane y los
recuerdos que tenía de ella.
Sin embargo todo indicio de serenidad se esfumó de
repente cuando su padre entró en el dormitorio encendiendo la luz y haciendo
ruido, como siempre.
―¡Venga, perezosos! ―decía―. ¡Venga! ¡Michael!
¡Paul!... ¡Arriba!
Paul odiaba ese momento. Todos los años igual desde
que podía recordar, pero lo cierto era que si su padre no lo hubiese hecho, él
nunca hubiese llegado a tiempo a la escuela, al colegio y más tarde a la
facultad. La presencia de su padre refrendaba que había llegado el primer día
de clase y que había que levantarse muy temprano.
Los sonidos de su hermano al desperezarse se dejaron
oír sin más tardar, Paul ya estaba sentado en la cama cuando Michael lo miró
sorprendido de verle allí.
―Buenos días… ¡Qué madrugador!
―¿Puede alguien seguir durmiendo con despertador-papá
dando voces por el pasillo para despertar a todo el mundo? ―inquirió Paul
resignado mientras se vestía su bata para ir al cuarto de baño.
―No remolonees mucho en la ducha, que después se me
hace tarde.
―Haberte levantado antes, que has estado roncado ahí
fastidiando mis últimos momentos de sueño, rugiendo como un león. Entre eso y el olor a tus calcetines sudados
huele aquí a estercolero, así que estaré en el baño lo que me dé la gana.
―¡Imbécil! ―le gritó Michael tirándole la almohada que
golpeó en la puerta―. Tus pies no huelen a colonia precisamente.
―¡Gilipollas! ―le contestó Paul desde el pasillo sin
alterarse por el comentario.
La voz de Ruth se oyó tras la puerta agitando un
pañuelo de cuello blanco por la rendija que quedaba abierta.
―¿Puedo pasar, Mike?
―Por supuesto, ¿qué pasa?
―Ya veo que estáis los dos despiertos… ―ironizó
sonriente aunque encogiendo la nariz―. Aquí huele… huele… ¡a macho! ¡Abre
la ventana, guarro! ¡Qué peste!
―¡Y dale con la peste! ―protestó Michael asomándose al
borde de su cama para ver si había por allí algún calcetín―. ¡No es pesada la
pava esta! ¿Quieres irte a comprarte un perro y peinarlo? ¡Déjame en paz!
―Ya cepillé ayer a Flea-pit[1]…
Hoy te toca a ti, cariño.
―No llames así a Drake, como te oiga Paul…
―Si me oye y no le gusta, que me bese el trasero ¡Y tú
préstame atención de una jodida vez! Tengo que vestirme para desayunar…
―protestó molesta por la indolencia de su hermano―. Le dejé a Paul un juego
de Star Wars de mi X-box anoche ―siguió
diciendo Ruth sin hacerle caso a los comentarios que seguía haciendo su hermano
sobre el nombre del cachorro de pastor alemán que tan sólo tenía cuatro
meses y acababa de llegar a la familia como regalo de cumpleaños de
los gemelos― y me lo quiero llevar para enseñárselo a Ronald y a Greg. Y
también el God of War, ése que le dejé a Peter Hamilton la semana
pasada. Estoy segura de que les encantará, pues no conocen el número res.
―¿Ronald McDonald y Peter Parker? ―preguntó Mike con
toda intención riéndose sabiendo que eso ponía a Ruth de los nervios.
―Hoy te has levantado gracioso, además de apestoso,
¿eh?
― Tú mamá bien, ¿no, Ruthy?
―¿Qué pasa con Ronald? Es un tío muy divertido y Greg
un profe y un coleguita… fuerte… ―sonrió tontorrona―. Y me refería a Peter
Hamilton, tu amigo y vecino… ¡Y no le llames Spiderman o acabaré diciéndoselo...! A George
no le va a gustar ni un pelo que le pongas motes a su hermano...
―Pero si eres tú, pedazo de arpía. ¿Ahora
quieres echarme a mí el muerto de los nombrecitos que les pones a
nuestros amigos? ―Mike le lanzó un zapato que Ruth esquivó
agachándose― Y lo de Ronald... ¿qué quieres que te diga? Ese nombre no es
serio para un tío... Es nombre de jugador del Manchester, además
de llevarlo ese payaso de las hamburguesas haciendo constantemente
gilipolleces en la tele… ¿No será que el nombre te condiciona para ello? ¿A
quién se le ocurre llamarse igual? Y no te digo a Spiderman. Ése
sí que no es serio ―se rió a carcajadas―. ¿Te columpia en sus telas de araña? Y
no voy a consentir que llames así a nuestro amigo Peter Hamilton.
Ruth se había quedado mirándole muy seria esperando
una contestación sensata, pero el hecho de que su hermano bromeara con el
nombre de su profesor de Introducción Escénica no le había sentado muy bien,
últimamente salían juntos, aunque nadie lo sabía excepto su
hermano Paul, que se mantenía al tanto, pues no le agradaba mucho
la idea de su hermana saliendo con un profesor, aunque entre ellos
no hubiera llegado a ser algo serio todavía, pero Ruth estaba muy ilusionada
con haber conocido a uno de sus profesores y que él se interesase por ella. Por
eso motivo le indignaban las bromas de Mike a parte de todos
sus pensamientos, Ruth siguió mirando a Mike sin mover un músculo hasta
que decidiera contestarle. Mike la miró sonriente sin esperar que ella le
dijera de repente:
―Creía que eras gilipollas, pero ahora estoy segura de
que lo eres, tío. ¿Dónde está mi juego?
―¡Y yo qué sé dónde está! ―le dijo Mike al fin―. ¿He
estado jugando yo acaso? Pues mira en la consola. Estará metido en ella. Paul
nunca saca los cedés. ―de momento una idea artera cruzó su cabeza del chico―.
¡Dame su tarjeta de memoria! ¡Se la voy a borrar!
―¿Pero qué estás diciendo? ―exclamó Ruth mirándole con
los ojos muy abiertos―. Es demasiado temprano para pensar en fastidiar a Paul
de esa manera―… ¡Deja eso ahí! ―le chistó dándole un manotazo en la mano para
que soltara la tarjeta de memoria de la consola―. No se te ocurra que luego me
cae a mí en sambenito de que no sé manejar la Play. ¿No ves lo cansino que está desde que rompió con Jane?
―¿No será que Jane rompió con él por idiota?
―No ha sido precisamente por eso, Mike. Pero tú debes
saberlo mejor que yo. Los dos babeáis por esa Millie Howard Así que no me
preguntes. Te veo abajo y no tardes, ¡pestoso! Sabes perfectamente que a mamá
no le gusta esperar.
―Sí… abajo… ―se lamentó pensando que llegaría tarde
a desayunar―. Suerte la tuya que tienes tu propio baño para ti solita.
* * *
Sentado a la mesa mientras desayunaban John Lane seguía contando anécdotas de su viaje después de una semana. Sus hermanas, Julie y Jaqueline, le escuchaban entusiasmadas. Un viaje a Nueva York sin sus padres para ellas que eran unos años más jóvenes que su hermano, era lo máximo, la libertad absoluta en una ciudad de ensueño.
―¿Qué planes tienes para tu grupo en este año, hijo mío? ―le preguntó su padre mientras bebía el té con leche de su taza.
―Aún no hemos planeado nada ―le contesto John mientras masticaba un trozo de su tostada―. Cuando nos reunamos y hagamos el plan de trabajo, te contaré.
―Espero que los resultados sean tan brillantes como siempre y que sigas manteniendo tu mente puesta en los extraordinarios éxitos que has obtenido hasta ahora…
―Alfred ―le interrumpió Julia, su esposa―, tú también tuviste veinte años y no dedicabas todo el tiempo al estudio… como te dedicas a hora a tu trabajo. Deja respirar al chico. Nos ha demostrado con creces que es merecedor de nuestra confianza.
―Gracias mamá ―le sonrió John, que se había levantado, besándola en la frente―. Me marcho. Paul me espera y no quiero llega tarde el primer día. ¡Hasta luego! ―se despidió de todos alzando la mano.
― ¡Buen día hijo!
―Igualmente, papá. Chicas, sed buenas y tened cuidado con los coches aparcados ―bromeó.
Paul estaba esperándole sentado en uno de los escalones de
su porche, ya había sacado su coche del garaje y estaba hablando con George por
el móvil. John había entrado por detrás y le sorprendió dándole un manotazo en
el hombro. Paul se volvió y le devolvió el manotazo.
―¿Qué pasa tío? ―le dijo John―. La mañana está fresquita.
¿Con quién hablas, coño, pareces una abuela? Siempre colgado de móvil
cotilleando con unos y con otros.
―Buenos días John, qué bien encontrarte con
tu recién despertado genio matutino dispuesto a arrasar con él medio dormido
ánimo de un currante universitario que acaba de madrugar como
los búhos y no sabe muy bien qué coño está haciendo sentado en
este escalón esperando a un tío como tú. ¡Yo también me alegro
de verte, tronco!
John le miró serio, no esperaba una respuesta tan
contundente de parte de Paul de buena mañana, le sonrió estirando su
boca y encajando sus dientes en señal de aceptación. Paul asintió con
un movimiento de cabeza contestándole después a la primera pregunta
que le había hecho.
―Es George… hablo con él. ¡Espera!… ―le hizo un gesto
con la mano―… Está bien, George, nos vemos en la facultad en una hora. Hasta
luego... ¡Ah! y pon tu móvil a cargar, me da que esos ruidacos son falta de
batería y no de cobertura, tío. Siempre andas igual, "raspao" de
batería, si no, de saldo.
―Pensé que aprovechabas tus momentos de intimidad para
recuperar a Jane y no para cuchichear con Georgie de asuntos académicos.
―Eso no ha tenido gracia ―refunfuñó Paul, mientras
se guardaba el móvil en el bolsillo del chaquetón―. Mentar a Jane a
estas horas de la mañana es nocivo para mi salud, tío, hasta se me encoge
cuando pienso en ella y en que he estado ciego como un topo saliendo tantos
años con la misma tía sin protestar. Además para que voy a llamarla si ni
siquiera me coge el móvil. Está muy ofendida la muy pedante.
―Llámala desde otro teléfono, que no reconozca tu número.
Por lo menos te dará tiempo a decirle que la echas de menos.
Paul entornó los ojos tratando de detectar la intención de
las palabras de su amigo, después fingió estar sorprendido.
―¡A veces tienes ideas de bombero, tío! ¡Fantásticas! No sé
cómo no se me ocurren a mí, genio. Pero, la verdad era que estaba
esperando a que volvieras de Estados Unidos para que me prestaras tu móvil, por
eso de cambiar el número ―le dijo con guasa desmedida―. Lo intentaré después,
si me lo prestas.
―¿Hablas en serio?
―¿Aún lo dudas? A esa marisabidilla le encantaría. ¡Pero no,
gracias! Estoy muy bien como estoy, me siento libre sin su constante
“pegajosidad”.
John sacó el móvil de su bolsillo y se lo alargó para que
Paul lo cogiera.
―Ahí lo tienes, llámala.
―¿Deliras, tío? No la llamaría ni en mil años. ¡Joder, John
estaba de coña! ¿Nos vamos?
―¿De coña conmigo a las 7:00 de la mañana en el jardín de
entrada de tu casa...? Vaya lo que puede
hacer un verano sin mi patrocinio…―se quejó sorprendido―. Vámonos, Paul.
¡Sí! ¿A qué esperas?
―Abre la reja para que saque el coche o pretendes que
salgamos hechos rodajas… Todavía no soy tan preciso como para lograrlo sin arañar
el coche.
―Deberías visitar a un psicoanalista. Estás como una cabra,
tío. Me vas a volver loco. Y eso que el día acaba de empezar... ¿Cómo será a
las 5:30 p.m.? Creo que mis circuitos se fundirán antes.
Demasiado esfuerzo para mí en un sólo día. Sobre todo eso de asimilar que
acabas de llamar a Jane pedante y marisabidilla. ¡Lo flipo! Empiezo a sentir
sus chisporroteos.
―No me tratéis como a un pobre idiota que ha sido tirado
como a un pañuelo de papel sucio por su excéntrica y progre novia y
yo no os contestaré como a unos enteradillos… Pues no parece que he sido sólo
yo a quien han dejado. Se te ha olvidado lo tuyo con Nina Sutton.
―Pero de eso hace ya mucho tiempo… ¿A cuántas he dejado yo
desde entonces?
―Pero qué burro eres, John… ―exclamó mientras se ponía al
volante de su coche―. No me querrás decir que has andando picando de flor en
flor sólo para darle celos y vengarte de Nina Sutton…
―Todavía recuerdo cuando se pegó la muy calentona aquel
inflón de ostras a mi costa…
―¿Ostras? ―inquirió sorprendido―. ¡Coño, eso no me lo habías
contado!
―Olvídalo ―le pidió John subiéndose en el coche―. Tampoco
quiero acordarme de ella ni de las ostras.
―¿Ves como duele?
―¿A qué te refieres con eso? ¿Quizá a algo físico?
―No exactamente. Pero… ¿No irás a dejarme a dos velas con lo
de las ostras?
―¿Quién es ahora el listillo? ―se quejó John con una media
sonrisa―. Las cosas hay que ganarlas…
El Mini Cooper-S salió de la preciosa casa en Cavendish
Avenue, donde Paul vivía con sus padres, en el distrito de Saint John's Wood,
una zona bastante céntrica y refinada, y tomó su ruta hacia la Escuela Bartlett de Arquitectura en un
corto camino rodeando Regent’s Park hacia Gower Street, donde se
emplazaba.
―¿Qué hora es? ―inquirió Paul cuando se detuvieron en el
primer semáforo.
―Las 7:15.
―Si nos cogen abiertos los semáforos ―calculó Paul ya en
marcha consultando el reloj que siempre llevaba en a mano derecha―, en doce minutos estaremos allí. Pero desde
mañana iremos en metro. No pienso pasearte en mi coche todos los días, como
hice el año pasado, y llevarte y traerte de gañote, por tu cara bonita,
mientras tú coche y tu “gasofa” están a buen recaudo en el garaje de tu casa.
¡Ah! no, no…
―Te has vuelto de un ahorrador que da asco, tío ―se quejó
John mirándole sorprendido―. ¡Qué
cascarrabias te has vuelto! Sabes muy bien lo que me pasa con el metro…
Paul lo miró y torció el gesto.
―Sí, tío, lo sé… Pero tú sabes cómo ha subido la “gasofa”
con la crisis… y sabes lo que me pasa con mi bolsillo… Eso hay que tenerlo en
cuenta. No me sobra el parné como a cualquier pavo de mi edad.
Paul lo miró y la seriedad de su rostro se tornó en una
amplia sonrisa que acabó en carcajada al pensarse eso de perder una hora de
sueño por la mañana. John odiaba madrugar.
―Está bien, nos iremos en metro… aunque eso suponga
levantarse una hora “antes” ―asintió John gesticulando pesaroso para darle pena
a su amigo―… y un trauma personal.
―Bueno, si te pones así ―le sugirió haciendo cábalas―…
Pagando la “gasofa” a medias, y alguna concesión adicional… Seguiremos yendo en mi coche.
―¿Y si no?
―Eso está claro… Nos levantamos más temprano y, si no te
gusta el metro, por lo que todos ya sabemos…, te irás en bicicleta. Te presto
la mía. Mira si soy considerado.
―Muy gracioso, ¿Vas a obligarme a subir en un tren de esos?
¿Y tú?
―Pues, lo haré también, iré en metro. A mí no me da grima.
El frío para ti, que eres muy macho.
―¡De acuerdo, cicatero! La “gasofa”
a medias…
―¡Todo el curso! ―demandó Paul conociéndolo muy bien.
―¡Valeee! Todo el curso. ¿Contento ya?
―¡Bien! la “gasofa” a medias todo el curso y saber que fue
eso de la historia de las ostras y Nina Sutton.
―Conforme… ¡Cotilla!
5 comentarios:
Me parece un capítulo entretenido y un buen enlace para lo que sigue. Me gusta la perspectiva que tiene Paul sobre la ruptura con su novia, es tan varonil hahaha. Y las presentaciones de las familias, son muy acogedoras.
Me gusta que te guste Paul y que te parezca así. En esta novela es mi personaje(masculino) favorito seguido de John. Lo de la ruptura con su novia sólo le va a trear problemas al pobre Paul, pero no te digo más. jajajaja. Un beso
Bueno, como te dije... me pasaria!!! Me encanta la forma de pensar de paul!!! Es como todo hombre piensa y.. un poko tierno? No se, me refiero en el momento que echa de menos a Jane!!! Voy a ver si puedo leer el siguiente, ke me está gustando este intercambio de personajes y demas!!!Que hay muchos!!! Un besito guapisima!!! Muaks.
Bss de tiramisú = D
Hola
Hola Laura, cada vez me gusta más la historia!!!
No había podido leer más que el primer capítulo, pero ahora ya voy en el tercero y espero seguir avanzando. Esos chicos son curiosos. Me es algo complicado entender su jerga pero ahí voy, creo que cuando termine de leer "una erasmus para Laura" voy a ahablar como una joven española =))
Un beso y ahora voy por el cap. 4!!!
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