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REMES

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Red mundial de escritores en español

miércoles, 6 de octubre de 2010

Una Erasmus para Laura - Capítulo 8

A la mañana siguiente el horario de clases en la Escuela Bartlett no fue muy denso y antes del medio día habían vuelto a la residencia. Laura soltó su carpeta y se echó en la cama, estaba cansada, aquella había sido la primera mañana en que levantarse le había costado trabajo, pues le había costado mucho conciliar el sueño aquella noche después de las confidencias de su compañera de cuarto Vicky Blackwell. Todo aquello era del todo increíble. ¿Cómo en una residencia de chicas podía pasar algo así? ¿Robin era un vil macarra con aquel aspecto? No se lo podía creer.  Era más que impensable que el sobrino de la dueña fuera una especie de proxeneta y nadie lo supiera… ¿Nadie?  Se preguntó.  De repente un temor profundo apareció en el fondo de su corazón… Robin no parecía muy despierto y todo aquello sonaba a un negocio muy aventajado para ser idea de un chico como él… ¿Habría alguien más detrás del simplicísimo sobrino de la dueña?
Sonaron unos golpes secos en la puerta. Laura se sobresaltó porque sus pensamientos no eran precisamente tranquilizadores. Pensó que Carmen estaba de broma y desde la cama le dijo levantando la voz:
―¡Entra, que no hay llaves!
Pero la puerta no se abrió y los golpes secos sonaron de nuevo.
―¿Carmen?
Nadie contestó. Molesta por lo que creía una broma pesada, Laura se levantó de la cama y fue a abrir la puerta encontrándose de lleno con la sonrisa bobalicona de Robin Rhys-Meyers. Dio un respingo hacia atrás al verle allí delante de su puerta, que, sin pensarlo, se plantó en medio de la habitación.
―Miss Vernel ―dijo agrandando la sonrisa y con tono amable―, Mrs. Moneymaker me ha dicho que ayer por la mañana pidió ver las mesas que se guardan en el sótano. Vengo para eso, antes de la hora de comer.
―¡Sí! ―exclamó sobresaltada aún, deseando que Carmen entrara por la puerta―. ¿Yo dije eso?... Pues no recuerdo… a lo mejor es un error. No creo necesitar ninguna mesa de las del sótano, Robin.
―Pues lo tengo bien anotado en la agenda por la misma Mrs. Moneymaker… ¿Quiere verlo?
―Déjame ver, por favor… ―le pidió la agenda que tomó alargando la mano como si Robin fuera a darle una descarga eléctrica. La consultó y era cierto que estaba apuntado con una letra impecable y clara que no podía ser de otra más que de una de las gobernantas de planta―. Sí, veo que alguien ha apuntado eso…, pero es que… es que… ¡He cambiado de idea!
―Le aseguro Miss Vernel
―Bernal… Miss Bernal, si no te importa, Robin.
―Disculpe, Miss Bernal…―sonrió de nuevo―, pero es tan fácil equivocarse… Volviendo a lo que me ha traído aquí, el material que se guarda en el sótano está como de primera mano, mi tía sólo conserva lo que está realmente nuevo, lo demás lo tira o lo da a beneficencia.
―Comprendo…, admirable su tía…
―Acompáñeme, por favor, veremos si puedo complacerla.
―¿Complacerme? ―inquirió alarmada mirándole con los ojos como platos―. ¿Cómo que complacerme?
―Encontrando una mesa para usted, Miss Bernal. ¿De qué otra forma podría complacerla?
―Pues… pues…  Claro que sí… buscando una mesa… Sí, acompañándome a buscar esa mesa que necesito. Vamos.  Lourdes, bajo un momento con Robin, ahora vuelvo ―chilló hacia dentro de la habitación para hacer creer al chico que su compañera Lourdes Sanz estaba dentro.
Pero Lourdes subía por las escaleras en ese instante y apareció al fondo del pasillo sin comprender porque Laura gritaba su nombre. Se apresuró preocupada y cuando Laura se volvió de cerrar la puerta se dio de lleno con la cara de su amiga.
―¿Qué pasa? ―inquirió alarmada―. He oído que me llamabas.
―¡Lourdes! … qué apunto… ―sonrió Laura con una mueca de desencanto mirando a Robin de reojo para ver si había notado su ardid. No lo parecía pero en la mente de aquel chico nadie sabía qué estaba pasando. Siempre parecía ausente.
―Miss Sanz, creí que estaba dentro de la habitación.
―No, Robin, estaba fuera, ¿Por qué?
―¿Cómo ha salido?
―¡Por la puerta, Robin ―se apresuró a explicar Laura para salvar la situación―. Es que ha sido muy rápida
―Pero, ¿para qué gritar, Miss Vernel?
 ―¡Bernal! ¡Por amor de Dios! Es Bernal.
―Discúlpeme, Miss Bernal, no sé qué me pasa con su nombre, pero es que todo el mundo lo confunde. Perdóneme, parezco idiota ¿Vamos a ver las mesas? Se acerca la hora de comer y estoy hambriento.
Laura le miró con los labios apretados para contener sus palabras pensando que era un completísimo idiota, mucho más idiota de lo que él pensaba.
―…Sí ―dijo cuando se le hubo pasado el enfado―, vamos, las dos.
La mano de Laura se asió a la de Lourdes y la arrastró prácticamente escaleras abajo hasta llegar al sótano. Lourdes se imagino que había pasado y experimentó la misma inquietud que su compañera Laura.
Bajaron hasta el subsuelo de la casa y Robin se detuvo un instante a encender las luces. El lugar parecía limpio y no olía a humedad. Al fondo, bien almacenado, estaban los enseres de los que le habían hablado. Laura y Lourdes curiosearon un poco entre todas las cosas, hasta que Laura encontró una mesa de arquitecto, perfecta para sus planes.
―¡Esta, Robin, si no te importa! ―la señaló con el dedo―. Cuando puedas sube ésta.
―De acuerdo, Miss Bernal. Apunto su número y se la subo en cuanto pueda.
―Gracias, Robin eres muy amable.
―De nada Miss Vernel.
Ella se volvió con la intención de corregirle, pero desistió al segundo siguiente, encogiendo sus hombros, al encontrarse con la mirada resignada de Lourdes que se reía.
―Deberías tener por nombre de pila “Suavizante” ―bromeó divertida tapándose la risa con la mano.
―Muy graciosa, tía.
Los ojos de Laura alcanzaron entonces a ver un pasillo. La puerta estaba entreabierta y una mujer que no pudo ver bien andaba a lo largo de aquél con útiles de limpieza. Robin estaba haciendo sus apuntes en una libreta, y ella aprovechó para correr a curiosear tras aquella puerta que le había llamado la atención. Lourdes la miró, casi sabiendo qué pretendía, y se quedó quieta para no llamar la atención de Robin que seguía escribiendo. Laura llegó a la puerta y la abrió un poco, las bisagras chirriaron un poco y ella miró atrás, temerosa de ser descubierta. Pero el sobrino de Mrs. Rhys-Meyers seguía con sus apuntes.
Como Vicky le había contado, vio un pasillo largo con seis o siete puertas al lado izquierdo. Algunas de las puertas estaban medio abiertas y salía luz del interior. Intentó colarse para investigar y dio tres o cuatro pasos por el corredor,  empujó con un dedo la primera puerta  descubrió una habitación mejor decorada de lo que ella esperaba, con una cama en el centro, había también una sofá, antiguo y la pequeña ventana con visillos blancos… y ya no pudo ver más. La figura de Mrs. Marsan saliendo de la segunda puerta la espantó, ocasionándole un sobresalto inesperado. La joven reculó asustada.
―¡Miss Bernal! ―la reprendió enérgica―. ¿Qué hace aquí?
―Oí… oí ruido y creí que era Robin… ―dijo como excusa momentánea―. Bajé con él a buscar una mesa… y me he equivocado de lado del sótano… Pensé que podría ser él.
―¿Una mesa? ―repitió sin creerse la sarta de mentiras que acababa de contarle aquella jovencita―. Los muebles y enseres están en la zona opuesta a ésta, Miss Bernal. Si es tan amable… ―la invitó con la mano a abandonar el corredor.
―Sí… Gracias Mrs. Marsan, es muy amable.
―De nada, Miss Bernal, es un placer poder ayudarla.
Laura se volvió sobre sus pasos, pero al salir por la puerta vio en unas cestas sábanas amontonadas para la lavandería. Se volvió a mirar el pasillo. Mrs. Marsan la seguía observando desde él.  La mujer no la perdió de vista hasta que llegó a la escalera y comenzó a subir a la planta baja. Al alcanzar el piso superior oyó como el timbre convocaba a todas las chicas al comedor y el murmullo de sus charlas al bajar por las escaleras de los pisos superiores llenó el ambiente enseguida. Laura venía pensativa con lo que le acababa de suceder y se quedó parada mirando a las otras chicas que no dejaban de bajar en su camino al comedor. Desde el rellano del primer piso vio aparecer a Chris Pliper y de repente recordó lo que Vicky le había dicho que aquella chica. Chris tenía aspecto de una muñeca Barbie, con una gran melena rubia ondulada que le caía por la espalda, unos grades ojos azules brillaban en una cara de piel blanca, fina y bien delineada. Sus medidas debían ser las ideales y los pantalones vaqueros le sentaban del diez. No le extrañó a Laura que los chicos se fijaran en ella. Era una chica moderna y atractiva, igual que su amiga Debbie Leonard. Tenían un aspecto muy parecido y siempre andaban juntas. Laura las miró y pensó en ella misma, No tenía, ni por asomo, el aspecto de aquéllas dos, pero se veía bonita y lo suficientemente atractiva para atraer la atención de un chico. Secretamente en su corazón guardaba la esperanza de lograr que un chico se fijara en ella durante su estancia en Londres, no buscaba el amor ideal, pero si tener un novio con quien salir, con quien hablar y compartir sus sentimientos e ideas… Alguien con quien llenar la soledad que sentía en su corazón desde que rompió con Julio, un novio de dos años que la traicionó horriblemente y la dejó sin que ella comprendiera nada. Superarlo le había llevado mucho tiempo y deseaba encontrar a alguien que le reafirmara su autoestima femenina. Aunque si tener aquel aspecto de muñeca Barbie era una condición imprescindible para poder tener novio, Laura realmente no sabía cómo adquirir aquella imagen llamativa que parecía gustar tanto a los jóvenes londinenses. Sin pensarlo se acercó a Chris Pliper que ya estaba en la puerta del comedor a punto de entrar.
―Hola ―dijo sonriente abordándola sin ningún tipo de cortedad. La joven se detuvo la miró.
―Hola ―le contestó Chris―, ¿quién eres?
―Soy Laura Bernal, soy nueva este año…
―Sí, lo sé ya. Todo el mundo lo sabe. Eres una de las hermanas “Vernel” ―rió de una manera ridícula mirando a su compañera Debbie―. Es una de las que llaman suavizante por aquí…
Laura la miró ceñuda, molesta por el comentario que no esperaba, pero en realidad no se podía esperar otra cosa de aquella niña que estaba tan pagada se sí misma que era una tonta integral.
―Eso no ha tenido gracia, ¿sabes?
―¿Ah, no? Pues a mí me parece muy divertido. Comprende cariño, que la vida en este antro es terriblemente aburrida.
―Perdona, creí que merecía la pena conocerte, pero veo que me he equivocado.
―¡Oye! ―fue ahora Chris quien se molestó―. ¿Qué insinúas que no merezco la pena?
―Nada, no insinúo nada. Afirmo, que no es lo mismo.
―¿Y por qué quieres conocerme? Ni siquiera estudiamos lo mismo, nuestros horarios no coinciden y no creo que pudieras ser una rival para mí en ninguna discoteca…, guapa.
―Me dijeron que eres como una reina en la Facultad de Literatura de Westminster… y quise tomar alguna lección a ver si aprendo algo de ti…, guapa.  ¿Qué me recomiendas para leer? De quién mejor que de alguien con tanta fama, conocimiento y prestigio.
―¿Eso te dijeron? ―esbozó un vanidosa sonrisa que no escapó a los ojos de Laura quien pretendía envanecerla―. ¿Quién te lo dijo?
―Compañeras… Me dijeron eso y que eras un buen cliente de Robin Rhys-Meyers.
Chris pareció alarmada, miró a su amiga Debbie sin decir nada, pero ambas parecían preocupadas.
―¡Baja la voz! ―le ordenó rápidamente―. Ven siéntate con nosotras a comer y hablaremos. —Se volvió de nuevo a Debbie y le susurró muy bajo―. Acaba de ocurrírseme una gran idea.
―Ten cuidado, Chris… Las nuevas son las peores. 
―No te preocupes, esto nos hará ganar unas libras…
Laura las siguió en silencio pasó de largo de la mesa que ocupaban su hermana Lourdes y Vicky Blackwell le sonrió con un guiño cuando vio que seguía a las “diosas” de la residencia. Tomaron asiento y esperaron a que Mrs. Santoretti acabara de servir los platos con sopa de puerros, entonces las chicas empezaron a comer. Laura miraba a sus compañeras de residencia sin sentirse muy segura de que hubiera sido una buena idea acercarse a ellas, pero ya estaba hecho; para bien o para mal no podía levantarse de aquella silla y largarse sin más, entonces nunca se iba a quitar el sambenito de idiota. Conocía a muchas como la Pliper y la Leonard y daba igual, allá donde aparecieran eran lo mismo. Detestables. Carmen, su hermana, le hacía señas desde la mesa que ocupaba, sin comprender por qué se había sentado con aquellas tontas, pero ella no le contestó.
―Y bien ―dijo acabándose la sopa rápidamente―. ¿Qué me recomendáis?
―¿Qué tipo de literatura te gusta…? ¿Cómo era tu nombre…? ―admitió haberlo olvidado con una risita que ponía a Laura de los nervios.
―Suavizante, ¿no lo has dicho tu misma? ―alegó mordaz.
Debbie y Chris volvieron a reírse, pero esta vez menos afectadas y un poco más serenas.
―Eso era una broma, tía. ―dijo Debbie―. Yo soy Deborah Leonard y mi compañera Christine Pliper.
―Laura Bernal, encantada, chicas. ―les sonrió esperando que soltaran la bomba en cualquier momento. Halagarlas había sido una buena idea―. Me gustan los “libros” románticos, calientes y de mucha acción.
―¿No me digas? ―repuso la Pliper mirándola de arriba abajo―. ¿En sentido figurado o en ambos sentidos?
―En ambos… Si no, ¿por qué estaría aquí con vosotras? He oído muchas cosas desde que llegué…
―¿Quién lo diría con ese aspecto? ―la volvió a mirar Debbie de arriba abajo.
―¿Qué le pasa a mi aspecto?
Debbie y Chris se miraron de nuevo y rieron entre ellas cómplices de los mismos pensamientos; después volvieron a mirar a Laura, pero tuvieron que guardase sus comentarios porque de nuevo Robin y Mrs Santoretti estaban retirando los platos de la sopa y servían el segundo plato: Pasta a la Boloñesa. Laura miró el plato, que desprendía un humillo tibio y maravilloso, respirando hondo, porque la señora Santoretti guisaba muy bien la pasta.  No en vano tenia aquel nombre italiano, aunque fuera adquirido por su matrimonio con el señor Santoretti, que era uno de los jardineros de la casa. Pero estaba visto que había aprendido a cocinar a la italiana para satisfacerle. Cuando el sobrino de Mrs. Rhys-Meyers y la cocinera se hubieron alejado con los servicios, las dos chicas sacaron una bolsa de aseo de tamaño mediano con una bolsa de plástico en su interior y echaron el contenido del plato en ella. Laura las miró sorprendida. No se lo podía creer.
―¿Qué hacéis? ―les dijo alarmada.
―¿Crees que nos vamos a comer esta bazofia para engordar como vacas? ―apuntó Debbie en voz baja―. Aprovecha, echa tu plato ahí, que nadie se dará cuenta.
―¿Y cómo os desharéis de la bolsa? Se notará al salir. Una bolsa de aseo en un comedor… cómo que no…
―Salimos en tropel, nadie mirará lo que alguna de nosotras lleva en la mano… ―le aclaró Chris―. Y tiraremos al váter el contenido de la de plástico cuando subamos a nuestra planta.  Después la lavamos con jabón para usarla nuevamente, nunca se sabe si podemos tener déficit de bolsas de plástico ―rió divertida al terminar su explicación.  
―¿Sólo la sopa vais a comer?
―Está buena y caliente ―aclaró Chris―. Es suficiente.
―Venga tira esos macarrones… ¡Qué asco, por Dios! Piensa que se pegarán a tu culo como sanguijuelas y sacaran tu celulitis a la vista. ¡Tíralos de una vez!
Laura, sin esperar un segundo más, no tuvo más remedio que cambiarles el plato por uno de ellas ya vacío y Chris vertió sus macarrones en la bolsa. Aquel día se quedaba sin almuerzo y verdaderamente lo empezaba a lamentar ya.
―Así es como se llega a ser diosa para que los chicos se fijen en ti… ―le dijo Chris ufana de su hazaña―. Mira al resto… son gordas como morsas, como ballenas.
―¿Y cuando no podéis tirarlo? ―se interesó por los trucos que usaban aquellas dos idiotas que se creían muy listas.
―Vomitamos al subir. Eso es fácil ―dijo Chris―. Con que haya unas bragas de María Salvatore en el cuarto de baño es suficiente… La nausea está asegurada. Es una sucia italiana, tiene pelos negros hasta en las axilas que le huelen a cebolla podrida de un segundo para otro y no se depila la línea del bikini ―se burló de la chica con mucha carga de maldad―. Imagínate, un gato detrás de sus bragas de cuello vuelto y además apestoso.  Es gorda como un globo y come como una cerda. Y lo peor es que aquí nos quieren poner de la misma forma que esa italiana.
―Sí… ―afirmó Laura escondiendo su tristeza al escucharlas y forzando una sonrisa que a duras penas le salió―, gordas y fofas como [1]Jabba el Hutt ―les siguió la corriente para no entorpecer el curso de la conversación―.Y bien, ¿no pensáis responderme, chicas?
―Lo tuyo no tiene respuesta ―dijo Debbie―, pero nunca se sabe… Puede que haya alguien por ahí que le guste una clase de “literatura hispánica”, todo depende del material que ofrezcas
―…El material que ofrezca…
―Sabes que los chicos son cada vez más exigentes ―continuó la misma bajando el tono de la voz―. Pero podríamos conseguirte instrumentos para ilustrarte un poco en esos menesteres. Aunque no creas que eso te será gratis.
― ¿Material? ―puso Laura cara de asombro siguiéndoles el juego―. ¿Os referís a material porno?
―¡Quieres callar la boca! Si nos oyen podrían expulsarnos directamente ―musitó Chris enfadada agachando la cabeza para que el resto de las chicas no la escucharan―. Te saldrá un poco caro.
―¿Cuánto es un poco caro para ti, encanto? ―continuó Laura haciéndoles el juego.
―Cien libras…
―Bueno, no es que sea barato, pero de necesitarlas, en unos días se podrían conseguir.
―¡¿Tienes cien libras a tu disposición ahora mismo?! ―exclamó Debbie sorprendida.
―Bueno ahora mismo, lo que se dice ahora mismo, no porque estoy en el comedor de la residencia, pero puedo intentar conseguirlas, escribiré a mis padres un e-mail diciendo que necesito dinero para comprar algunos libros de texto y me las enviarán para poder disfrutar de la “Literatura Romántica” a tope. Todo si merece realmente la pena, que la guita no se suelta hasta que no se ve el género.
La dos inglesitas se quedaron boquiabiertas cuando vieron que Laura no se había echado para atrás a oír la cantidad y la mente de Chris comenzaba a pensar en todos los trapitos que podría comprar con cincuenta libras extra, ya que las otras cincuenta se las tendría que dar a Debbie.
―¿Y qué hay de los tratos con Robin?
―…Bueno… eso lo habláremos luego cuando ya tu aspecto mejore, tía. Todo a su tiempo.
―¿Cómo que todo a su tiempo? ―protestó Laura interpretando su papel de manera magistral, empezaba a sentirse orgullosa de sí misma―. Acabo de estar con Robin abajo y he visto ese pasillo con habitaciones que Mrs. Marsan cierra con llave. Pero, ¿qué os habéis creído, que me he caído de un nido?
―¿Has visto “la guarida”? ―le preguntó Chris.
―Sí ―contestó suponiendo que “la guarida” era aquel lugar.
―¡Bajaste con Robin!
―Sí.
―Pues, ¡Chica, tú sí que estás desesperada! ―exclamó Debbie sorprendida y espeluznada―.  Porque para tirarse a Robin hay que estar desesperada…
―Es lo único que hay a mano, chica… Soy nueva.
―Sí, no eres la única que acude a él para hacerlo, pero qué estómago tienes ―aclaró Chris―, por supuesto pasadita de cervezas y cerrando los ojos para imaginarse al pibe que te gusta, podría admitirse.
―¿Cuánto se paga?
―Diez a Robin y Diez a mí por ponerte en contacto con él ―expuso Chris llevándose el tenedor a la boca.
―Ya no te necesito para contactar con él…, luego sólo serían esas diez libras por la habitación.
―No, eso no es todo ―insinuó Debbie poniendo cara de interesante―, hay más…  
―¿Qué más hay?
―Realmente eres un poco tonta, tía.  Si quieres  tripis o bebidas más fuertes… Nosotras te las podemos proporcionar. Tengo un buen contacto en The Bull’s tail Pub y eso no es gratis. ¿Qué sería una noche con el chico de tus sueños sin colocarte un poco y beber un buen whisky?
―Sí, llevas razón, eso entona el ambiente ―le contestó sintiéndose un poco asustada por aquellas dos que iban de diosas y no eran nada más que unas vulgares alcahuetas.
De nuevo tuvieron que guardar las apariencias cuando Mrs. Santorelli se acercó de nuevo a ellas para retirar el plato de la pasta y servir los postres. Manzanas asadas con miel y canela.
―Veo chicas que esta noche tenéis mucho apetito, vuestros platos están limpios…―comentó Mrs. Santoretti al retirárselos―. Aquí tenéis… Esto hará vuestras delicias, niñas. ¡Buen provecho!
Les puso los platos con la fruta asada, Debbie y Chris se quedaron mirándola, parecían estupefactas con los ojos clavados en la manzana y la expresión contraída sin moverse por varios segundos.
―¡Qué asco! ―dijo Chris mirando la fruta arrugada sobre el plato con la miel derretida saliendo de la base―. Esta jodida tía quiere cebarnos… ¿Será mamona?
―¡Saca la bolsa! ―le pidió Debbie cerrando los ojos―. ¡Esto apesta!
Las dos chicas tiraron las manzanas asadas a la bolsa esperando que Laura hiciese lo mismo, pero ella no estaba dispuesta a irse con tan sólo un plato de sopa de puerros en el estómago por todo alimento y se quedo con el plato sacando de su pantalón una bolsa de plástico en la que echó disimuladamente la manzana.
―¿Qué haces? ―demandó Debbie.
―Nada que vosotras no hayáis hecho antes ―le dijo resuelta guardando la bolsa entre las piernas―. Así la vuestra hará menos bulto. Os agradezco la lección, pero la tiraré yo en mi váter, en mi planta, así no provocaremos un atasco en las cañerías. 
―¡Buena idea! Esta chica aprende rápido ―la alabó Chris.
Cuando acabó la comida las chicas se despidieron quedando al tanto para los encargos, Laura salió pronto del comedor ocultando la bolsa de plástico bajo su jersey y subió a su habitación rápidamente donde abrió la bolsa y se comió su contenido con las manos. Una pena no poder aprovechar el almíbar que había formado la miel y el jugo de la manzana, pero por lo menos no se desperdició todo. Aquellas chicas estaban de atar y no habría de pasar mucho tiempo para que aquello se supiera, aunque intentaría que no fuera por su boca. No quería meterse en líos, más siendo extranjera y becaria. Lourdes y Carmen llegaron poco después, ella estaba tratando de beberse el almíbar desde la bolsa. Al verlas las miró pero siguió con su tarea.
―¿Qué haces? ―le preguntó su hermana―. ¿No te ha bastado con lo que hemos comido?
―Habrás comido tú, porque yo he tenido que tirar mi almuerzo a una bolsa de plástico dentro de una bolsa de aseo que tirarán después al váter de la primera planta para congraciarme con esas dos.
―¿Pliper y Leonard? ―inquirió Lourdes―. Te vi con ellas en el comedor. Me resultó raro que estuvieras sentada en su mesa… Esas tías me parecen una descerebradas.
―Sí, están como cabras. Además de ser anoréxicas, bulímicas e idiotas del culo, pero me interesaba saber qué es lo que ellas saben. Y por lo que he descubierto mejor ni te acerques… después de ver el sótano y hablar con ésas, todo este tejemaneje no me gusta nada.
―¡Vaya ganado que te encuentras por los pasillos…! Lo mismo pijas anoréxicas que góticas sombrías. ¿Hay en esta residencia gente normal? ―continuó Carmen quejándose.
―Sí, cariño ―le contestó su hermana completamente segura―, nosotras.





[1]  Personaje ficticio de la Guerra de las Galaxias.

2 comentarios:

Limeña introvertida dijo...

Ahora me parece que la tal Vicky es una chica de su casa comparada con esas dos taradas que se las dan de diosas. Pobres, que percepción del mundo más distorsionada debe tenerse para vivir una vida así. Espero que Laura no tenga demasiados problemas por su culpa.

Si me alcanza el tiempo me leo el cap 9.

Klaudia Quiroga dijo...

Dios mío con Las Diosas!!! hahahah menudas fulanas están hechas, pero por desgracia hoy en día la mayoría de las chicas son así... Qué gracia, pobre Laura teniendo que fingir todo eso y tener que tirar la comida hahahh eso ha sido muy gracioso, están como cabras, a cualquiera le daría miedo y es que no se cortan un pelo, son unas frescas, si no estuvieran tan controladas no me imagino las barbaridades que haría. La verdad es que Laura tiene razón, cuanto más lejos estén de ellas mejor, pero sobre todo tiene razón en que las únicas normales son ellas xD

Que las hadas y musas elijan un capítulo para ti. Con suerte te quedas a compartir esta aventura.


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