Las veintiocho libras que le costó el recorrido del taxi,
le parecieron a John un dispendio que a regañadientes pagó por mantener una
reputación ante sus amigos, pero por dentro estaba conteniendo la rabia que le
causaba la presencia de Vicky allí y lo caro que le había costado su aparición en la fiesta. Parecía caída del cielo, pero no como un ángel, sino como un
meteorito… y a él le había dado de lleno en la frente. ¿Quién la había
invitado? Él, desde luego, no. Ni se le
había pasado por la cabeza… y si no había sido él, como Vicky pregonaba, ese
alguien no podía estar muy lejos. Aunque lo peor no era eso sino ¿de dónde iba
a sacar paciencia para soportarla toda la noche? Pues la chica estaba pegada a
él como una lapa sin intenciones de despegarse ni un solo centímetro. Devolvió
su cartera al bolsillo interior de su chaqueta y sonrió acartonadamente sin
tener nada que decirle.
―¿Subimos? ―le indicó segundos después con la mano el camino
de los ascensores―. Tú primero.
Ganas le daban de encerrarla en el ascensor y darle a los
pisos del sótano y que se perdiera por allí un buen rato.
Vicky estaba que no se lo creía, girando sobre sí misma para
míralo todo… Las luces, los adornos navideños, muy finos y en su justa media; las
mesas, el servicio, la gente… Sobre todo la gente, tan distinguida y refinada;
le encantaba. Aquella llamada de John llegó en su momento exacto. Y aunque era
tarde, por nada del mundo se hubiera perdido una fiesta tan primordial. Sus
padres no podrían imaginarse donde estaba su hija, codeándose con la flor y
nata de la arquitectura en Londres. No se lo creerían cuando se lo contara al
día siguiente.
―¿Y cuando se cena? ―inquirió expectante cuando llegaron
arriba.
John la miró como si fuera idiota y no supiera la hora que
era.
―Ya hemos cenado.
―¡Ah!… sí… ¡claro! ―expuso
para no parecer tonta, pues la forma en que el chico le había contestado dejaba
de manifiesto que lo era―. Estaba todo delicioso, supongo…
―Todo perfecto y muy, muy rico ―respondió cargando sus
palabras de una gran dosis de insidia corrosiva. Debía estar hambrienta y eso
le encantó―. Comida internacional muy variada y caldos franceses, ya me dirás.
Creo adivinar, sin temor a equivocarme que los clientes y empleados de mi padre
y sus socios han quedado completamente satisfechos por tan excelente banquete.
―¿Y no ha sobrado nada?
―No sé ―le respondió de manera inexpresiva denotando la
molestia que sentía―… pregunta a cualquier camarero del catering, tal vez en la
sala habilitada como cocina puedas comer algo. Si quedaron restos…
Vicky notó que su tono dejaba claro su repulsa, pero hizo
caso omiso a las señales que John le daba y decidió que por no comer una noche
no iba a sucederle nada. Le sonrió intentando ser amable y afectuosa. Pero John
la ignoraba sin mirarla.
―Bueno, déjalo, no pasa nada porque no pruebe esos platos
tan sofisticados… Tal vez mi paladar de Stockport no los apreciaría en la justa
medida. ¿Sabes? Está todo perfecto,
cariño… Es todo tan bonito.
―¿Lo es? ―inquirió él de una manera indolente para llevarle
la contraria, una pobre revancha, pero lo hizo sentirse mejor―. Será que como
la veo todos los años… pues no me llama la atención. Y deja que llamarme
cariño. Yo no soy cariño de nadie y menos tuyo. Que eso te quede claro, ¡eh!
―Vale, lo siento… Era una forma amable de dirigirme a ti,
pero si te molesta, pues no lo haré más. Y por lo otro, lo de ver esta
maravilla todos los años. Espero que eso sea así siempre…
―¿Qué quieres decir? ―le preguntó sin captar el sentido de
su afirmación.
―Pues eso ―respondió Vicky vacilante por su anteriores
palabras llenas de excesivo ímpetu y falta de prudencia con John―… que lo veas
muchos años de tu vida.
John la miró dudoso con un rictus serio de recelo, al
parecer, infundado, pero no era así, había captado perfectamente lo que Vicky
había dicho con toda la intención, aunque no quiso escarbar en el asunto por
miedo a descubrir cosas que ni quería ni le interesaba saber.
Un ruido inesperado fuera de la sala distrajo la atención de
todos hacia el recinto donde había sido celebrada la cena. Paul echó un vistazo
rápido entre los asistentes y sin saber por qué, algo le dijo que se trataba de
su hermana Ruth. John aprovechó la
coyuntura y dijo con exagerado interés:
―Disculpa, Vicky, pero voy a ver que ha sido ese ruido ahí
afuera.
―¡Pero John…! ―se
quejó entreviendo la excusa―. Si ya fue Paul… ¿No lo has visto salir de la
sala? ―inquirió con un tono decreciente viendo que era imposible retenerle a su
lado―. ¿Acabo de llegar y me vas a dejar aquí sola?
John ni le contestó, de hecho estaba ya demasiado alejado de
ella para escuchar sus palabras con el murmullo de las voces que llenaban el
ambiente. Vio en el repentino ruido la excusa perfecta para zafarse de Vicky de
una vez por todas...