Los días que siguieron a aquel extraño pero fantástico fin
de semana en que estuvieron en la feria de Chorleywood, fueron los mejores
desde que Laura había llegado desde España, se sentía dichosa completa,
deslizándose, como en un tobogán, en un auténtico arcoíris de emociones que
nunca había experimentado antes. Descubrir y recibir el amor de Paul era
fantástico, La mejor experiencia de su vida, ningún chico la había tratado como
él lo hacía; siempre servicial y atento a ella, siempre mostrándose
completamente enamorado sin esperar nada más que besos, sonrisas y arrumacos
espontáneos, unas caricias y el repiquetear de la voz de la joven diciéndole cuanto
le amaba tantas veces al día como les permitiera el tiempo de ocio que
compartían, el resto era para los estudios que, a medida que el mes de
noviembre avanzaba, demandaron más dedicación y esfuerzo en preparación a los
inminentes exámenes después de Navidad. Pero lo que le había sucedido era tan
excepcional, que era inevitable que la mente le traicionara y la obligara de
una manera irracional a dejarse llevar de las
limerentes sensaciones
amorosas hacia Paul. Todo aquel cúmulo de sensaciones recíprocas era analizado
por ella cada noche en su cama, cuando las luces se apagaban y sólo la luz del
exterior entraba por la ventana y la habitación y se quedaba en solazada
penumbra. Era el momento para las confidencias entre las chicas, desde sus
camas hacían preguntas esperando respuestas idílicas para trasladarlas a sus
sueños e idealizar aquellas emociones y sensaciones que Laura estaba
descubriendo a casa paso en aquellos maravillosos días tras la declaración de
Paul.
No se había podido contener la felicidad y la emoción,
desbordada por la alegría con lo que todo estaba envuelto a su alrededor,
incluso había hablado con su madre por teléfono para contarle todo. Desde la distancia
la noticia no le cayó muy bien a Celia, porque se sentía incapaz de proteger a
su hija, en caso de necesidad, porque quería conocer personalmente a aquel
chico que le había robado el corazón y el entendimiento a su niña, del que le
había contado maravillas y que salía con ella, porque temía que pudiera hacerle daño y no
estar cerca para evitarlo porque podría acabar con todos sus proyectos de
futuro y todo su potencial quedar reducido a nada… Pensamientos de madres y más en la distancia,
pero, prudente, felicitó a su hija sin querer alarmarla, aunque algo en su
corazón le decía que una relación así no tenía muchas probabilidades de éxito,
un sexto sentido la alertaba de un riesgo que Laura, por su juventud, no veía.
Aunque intuía que tenía que correr sola como tantas jóvenes antes que ella.
Laura habló y habló de Paul de todo lo que era, cómo era, de donde era, cómo
vestía como hablaba y del arquitecto que pensaba ser… Le contó, de lo poco que
conocía, acerca de su familia, de sus hermanos, de las coincidencias de sus signos zodiacales… Al cabo de media hora
Laura descubrió que sólo había estado hablando de Paul con su madre… y de nada más.
Para Paul estar cerca
de ella significaba haber alcanzado el Nirvana, como aquél que dice… Para él no
había mayor felicidad que recibir el amor de Laura de una manera tan sencilla,
que le parecía increíble, sin necesidad de estar complaciéndola constantemente,
de aguantar caprichos y, lo que era más importante, sin que lo llamara con
aquellos ridículos motes que Jane le decía y que le sacaban de quicio. Laura
era el bienestar, la perfección, el amor llevado a sus límites más
insospechados. Tan intensas eran las sensaciones que le estaba proporcionando su nueva situación personal, que todo lo que él creía podría albergar el amor correspondido de una manera tan increíble en sí podría resumirse en contemplar los ojos de su amada sin límite de tiempo. Tanto así que ni siquiera había pensado hasta entonces que nunca habían vivido
su amor completamente. Asunto, que de ser Jane, habría ocurrido al segundo
siguiente, como efectivamente ocurrió en su momento, buscado cualquier momento
con celeridad, con ella era siempre o sí o sí… y no había vuelta de hoja, pero
con Laura… Estar a su lado bastaba, mirarla a los ojos era ya el placer más inmenso imaginado, parecía increíble, pero era así. Verla, tocarla, oírla, sentirla a su alrededor significaba todo. Aunque inevitablemente cuando Paul empezó a desear ir más allá y
empezó a plantearse cómo sería ese momento, cómo tratarla, cómo amarla sin
límites, nada parecía ajustarse a sus deseos. Por su cabeza desfilaban infinidad de situaciones que deseaba vivir
junto a ella, pero al final acababa desechándolas porque todas le parecían poca
cosa para su adorada Laura. Por otra parte si todo hubiera ido mejor con John,
su apartamento sería el lugar perfecto, pero no era así, y el coche era
demasiado poco para ella. Además, no quería hacerle el amor en el mismo sitio
donde lo había hecho con Jane infinidad de veces. Lo más seguro sería que se
ofuscara con recuerdos de ella y se fuera todo al traste. Buscaba un sitio que fuera únicamente de
ellos dos, que no estuviera contaminado de otros recuerdos. ¿Su casa? Eso sí
que era difícil, su hogar nunca estaba vacío, siempre había alguien, si no era
Ruth, era Mike, si no, Jamila, la asistenta, si no sus padres… Encontrar un
momento para que todos convergieran en asuntos que los entretuvieran fuera y
tiempo libre para ellos, era harto complicado, pero no imposible… Un asunto que
se podría intentar y sorprenderla de una manera inusitada; además, conllevaba
un aliciente más que podría ser divertido: el ser descubiertos. Pero tampoco
era eso lo que él deseaba… Pensó incluso en los sótanos de Highgate… Pero acabo
diciéndose que aquel lugar debería ser parecido a un burdel o algo similar y
Laura merecía el paraíso y no un sótano oscuro y subrepticio. En definitiva que
no hallaba nada que se ajustase a sus demandas. Debería seguir pensando y
pensando a fondo, pues deseaba tanto alcanzar ese instante que hasta se
despertaba en la cama sudoroso por las noches, confundido por los sueños que
creía realidad. A la luz del nuevo día las cosas se tranquilizaban, pero las
bromas de Mike volvían a irritarle por sus descaradas burlas. Pero al llegar a
la facultad el verdadero resplandor aparecía cuando por fin veía de nuevo a su
chica y entonces todos sus problemas pasaban a un segundo lugar.
Para Paul ver a Laura cada día, sentarse a su lado en las
clases, percibirla con todos sus sentidos… era una inyección de alegría
inexplicable donde encontraba todos los alicientes necesarios para hacer su día
grato. Los problemas en casa se acrecentaban y el silenció que se había
impuesto, para librar sufrimientos a sus hermanos, le hería por dentro, aunque
intentaba sobrellevarlo lo mejor que podía en un intento de evitar que fueran
completamente conscientes de la irremediable agonía del matrimonio de sus
padres. En Costa Café se sentaban atareados la mayoría de las mañanas y, aún
estando al lado del grupo, se sumergían en sus obligaciones cada vez más
complicadas, mientras intentaban tomar un desayuno y seguir trabajando sin
parar con las asignaturas u ordenando sus apuntes o pasando alguno prestado de
alguien… y cada vez que bebían de sus tazas, levantaban los ojos de sus libros
o apuntes y se miraban intensamente. Rápidamente una sonrisa aparecía en sus
rostros y una mano se alargaba para tocar la otra y sentir por unos segundos
aquel roce electrizante del amor que se tenían. Después otro sorbo y el
bocadito del bizcocho o la tostada que tomaban ¡Cuánto más bueno, más dulce,
más sabroso sabía todo impregnado por el amor! En la biblioteca, donde el
silencio era completo, casi podían oír sus respiraciones y mantener sus manos
unidas, mientras leían, pudiendo percibir los latidos de sus corazones. El amor
flotaba en el aire a su alrededor, eso lo apreciaban todos, hasta John, que
miraba lleno de celos las manifestaciones del afecto de ambos… A veces Laura se
distraía observando como Paul se frotaba los ojos, cansados de leer, después de
dedicarle una mirada intensa donde no se necesitaban palabras para saber qué
pensaba. O se quedaba mirándole sujetándose la frente en una mano, mientras,
con la extraña postura que adoptaba al
escribir por ser zurdo, el bolígrafo corría por delante de la mano, como si la
mano persiguiera al boli en vez de guiarlo entre las letras del texto que
construía. Laura sonreía, le parecía divertido. Cuando la oía Paul, la miraba y
se reía encogiéndose de hombros como diciéndole que era inevitable y que no
sabía hacerlo de otra manera, y ella se reía más, al final les llamaban la
atención por molestar o el grupo de al lado siseaba reclamando silencio y no
era la primera vez que se salían un momento de la biblioteca para dar rienda
suelta a su risa.
Su sonrisa: para Paul era la luz interior que le impulsaba a
amarla más si cabía. Día a día empezaba a adorar sus metódicos actos, cómo
abría las carpetas o disponía los rotring, cómo movía las hojas de los apuntes
o dejaba el estuche con sus utensilios cerca del montón de libros, que había
buscado antes entre los estantes, para consultarlos o aquel simple pero
simpático movimiento de sus labios apretados mientras escribía concentrada o
hacía cálculos matemáticos. Al final de uno de sus blocs Paul había dejado
unas páginas donde estaba haciendo una lista, en ella escribía cada día todos
esos detalles que convertían a Laura en una persona especial y distinta al
resto, desde que la conoció su vida había sido diferente por ella y sabía que
él, todo él, había empezado a depender de esas cualidades que hacían a Laura un
ser único. Día a día la lista crecía de la misma manera que crecía su amor por
la más singular de las chicas que jamás había conocido.
Él no lo sabía, pero Laura hacía algo parecido con el fin de
leerlo al final de la jornada. Remarcaba una cualidad de Paul, la más notable
del día, y la apuntaba en una cuartilla que después guardaba en una caja con la intención
de encuadernarlas cuando tuviera las suficientes como para hacer un buen
librito. Al final del día se deleitaba en esas cualidades reviviendo el
instante, cuando ya estaba calentita dentro de su cama y a media luz en su
habitación, después del momento de las confidencias. Su mente volaba libre
pensando sólo en él, el último pensamiento del día. Miraba la foto, que tomaron
un día en el parque Tavistock y que llevaba en la pantalla móvil, cada noche la
besaba repetidas veces antes de activar la alarma del despertador y dejarlo
sobre la mesilla de noche. Un momento
después, al volverse, arropándose arrebujada entre la ropa de la cama, sonreía
al cerrar sus ojos con la imagen de la felicidad en ellos. Casi todas las mañanas el primer recuerdo era
para él, y después las preocupaciones por las materias, había ocasiones que se
levantaba con una idea fija en tal o cual trabajo o por las complicaciones de
cálculos para proyectar los planos que diseñaba en ese instante o simplemente porque se
encontraba en esos días y las hormonas la ponían melancólica pensando en su
hogar, en su familia y con deseos de volver a ver a todos. Aunque sólo fuera por un segundo, porque
inmediatamente el recuerdo e Paul aparecía en su mente y todo lo demás comenzaba a carecer de importancia. Sólo él brillaba con
luz propia, la que el muchacho irradiaba en el corazón de la joven que estaba
perdidamente enamorada de él.
Al abrir el ordenador por las mañanas y consultar su correo
lo primero que se encontraba era el primer mensaje del día. Un e-mail de él,
enviado a última hora de la noche, donde podía ver: