Para cuando llegó el
tercer finde de reclusión para Laura, el mes de octubre había volado
prácticamente. El tiempo pasó entre las clases, los trabajos, las lecturas
obligadas de textos especializados y los tres largos fines de semana de “prisión”…
Aunque aquel último se había convertido en el peor de todos, pues a Laura le estaba
haciendo crisis una gripe inesperada que la había tenido en cama los tres
últimos días con fiebre alta y dolores musculares y articulares y, para colmo,
estaba lloviendo de una manera increíble. El cielo se había cubierto con una
espesa capa de nubes que impedían el paso de la luz y descargaba una ingente
cantidad de agua que no permitía a la vista alcanzar más allá de los cristales
de la ventana de su habitación. Pero fuera como fuese, lo cierto era que el mes
se había esfumado y empezaba a sentirse cansada de pasar sus días entre la
universidad y la residencia y, para mal de males, ahora guardando cama. Parecía
que aquella mañana la fiebre había cedido el paso a unos sudores bastante molestos,
pero ni ganas tenía de ir al baño a tomar una ducha para deshacerse de ellos. En
su lugar se levantó de la cama y bien envuelta en su bata, se empleó con la
maqueta de un edificio semiesférico, en la que llevaba trabajando muchos meses
y a la que le dedicaría unas, de las muchas horas más, que su diseño había
exigido. Era el uno de los sueños de
Laura, verla alzarse sobre el terreno, tan gloriosa como en su mente estaba
proyectada, y con la esperanza viva de verla construida algún día no muy
lejano.
Todo el mundo se había marchado, a pesar de la lluvia y el
frío, la habían dejado completamente sola, ansiosas por unas horas de absuelto.
En el fondo comprendía a las chicas y no podía recriminarles nada, aunque la
compañía de su hermana Carmen hubiera sido bienvenida porque de ánimo estaba
bastante bajo y un poco de charla la hubiera distraído de sus males. Sin
embargo ella se quedaba allí, obediente a las normas y rogando porque sucediera
algo interesante que animara y trajera un poco de luz a aquel día plomizo como
su ánimo. Mientras pensaba en todo eso recordó que a mediados de la siguiente
semana era su cumpleaños y el de Carmen, pero con las cosas como estaban y la
fama que se había ganado con las directora de la residencia, cualquiera decía
que iba a invitar a unos amigos para merendar y al menos soplar las velas sobre
una tarta. Aquella idea era por completo impensable. Se imaginaba la cara de
Mrs. Anderson al decírselo y se le
quitaban todas las intenciones de hacerlo...
5 comentarios:
me encanta, me encanta, me encanta, me encanta :D :D
la cosa va cada vez mejor entre el londinense Paul y la erasmus Laura... aiiiins, que ganitas tengo de que Paul deje a Jane de una vez y empiece en serio con Laura...
me encantan este tipo de capítulos, me ha dado mucha pena que se terminara... me he quedado con ganas de más, así que espero que no tardes en subir el próximo :)
un besito enormeee¡¡¡
¡Ya queda menoooossss!
Mira que los hombres son tiernos cuando se lo proponen... lo malo, que siempre o, casi siempre, tienen una razón para ser tan cariñosos, detallistas y esas cosas. Yo me he quedado flipando con la que están liando estos dos hermanos y el pobre John... resulta que es el que peor fama tiene, pero es el más sincero de los tres. Uno mata a un gato y lo llaman matagatos. Pobre John... Para mí es adorable.
Kisses
Bueno he de decir, que este capítulo es de los que me gustan mucho, pues me he reído de lo lindo.Cómo siempre consigues que me meta en la escena y creerme que estoy allí mismo donde esta pasando todo.Me gusta, me gusta y me gusta.Yo también me he quedado con ganas de seguir leyendo.Los gemelos tienen guasa.¡Y tienen un peligrooooo!
El comentario anterior es mio, de yo tu hermana, no se por qué ha salido cómo anónimo.Así que ya sabes, soy yo.Besitosssssssssssssssssssssssssss
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