Todo era demasiado confuso en la mente de Laura para
explicarse como la tarde de estudio podía haber terminado en aquel tremendo embrollo
creando un desbarajuste en el ritmo de trabajo del grupo. La imagen de John
aturdido y casi desnudo, abriendo la puerta, le hería el pensamiento; la tenía pasmada inmersa en una serie de preguntas sin contestación que intentaba
responder sin éxito. Una y otra vez trataba de interpretar toda la información
que acumulaba desde el día anterior hasta esa tarde con relación a tan
lamentable incidente en el apartamento de King’s Cross, pero su mente estaba
hecha una maraña y no reaccionaba. Tan
confundida estaba que llegó a hacerse la pregunta de si había sentido celos de
Vicky al verla en aquella actitud dominante, envuelta en la sábana con la que
hizo su aparición triunfal. En la cena había permanecido bastante callada,
seguía analizando las palabras de Vicky y en cómo las había usado a su favor
para hacerla sentir pena de su situación y le facilitara el camino de una
manera tan absurdamente tonta por parte de ella, que ahora, visto con la frialdad del momento, la hacían sentirse completamente simple y manejable y eso la indignaba más todavía. Las chicas atribuyeron
su callada actitud al cansancio de varias noches sin pegar un ojo y trabajando
en los dibujos que al final, con toda la agitación, Paul no había mirado para echarle una mano con los
dos que le quedaban. Carmen estuvo observándola un rato. La conocía muy bien y sabía
que su hermana sospechaba otra cosa de lo que meramente había parecido un
encuentro sexual entre dos jóvenes que se atraen. Partiendo de que todos sabían que
John no sentía nada más que desdén por Vicky y la hacía constantemente centro
de sus muy pensadas burlas. A partir de
ahí, lo otro era bastante imposible.
―Demasiado silencio para un lamentable plato de crema de
calabaza y unos tristes espaguetis a la boloñesa, ¿no, hermana? ―le dijo Carmen sondeando el terreno intentando conocer más a fondo el motivo de su prolongado
mutismo―. La verdad es que no merecían ser comidos con tanta solemnidad.
―¿Los espaguetis? ―le preguntó Laura volviendo de las
profundidades de su mente, mirándola mientras andaban por la galería hacia las
escaleras―. No estaban mal. Ya sabes que la señora Santorelli los prepara bien.
Están buenos… No como los de mamá, pero están muy buenos. Si algo tiene esta
residencia es una buena cocinera.
―No me refería a los espaguetis, tonta. Me refería a tu
silencio. Desde que hemos vuelto de King’s Cross no has abierto prácticamente
la boca.
―¡Ah! Es eso… ¿Qué quieres que te diga? ―musitó Laura
acercando su cabeza a la de su hermana―. Me he quedado loca con todo lo que he
visto en tan poco rato.
―Ya te lo dije… Esa Vicky es un mal bicho… Pero lo que yo
creo es que en el fondo John está “empanao”, Vicky hace con él lo que quiere.
Debería estar más al loro de lo que pasa. Aunque lo de hoy raya en el descaro.
―Y lo peor de todo es que yo le he ayudado a conseguirlo ―le
confesó pesarosa manteniendo el tono confidencial de su charla con Carmen, la
cual la miró sorprendida.
―¿Qué me dices? ¿Acaso se te ha ido la pinza?