Algo más de historia sobre el califato… y un poco de leyenda…
Una novela, aunque sea producto de una
ficción absoluta, si se la viste con tintes de realidad, adquiere esos mismos
tonos de certeza, haciendo que el lector se incline a sentirse parte de lo que lee,
protagonista o, al menos, espectador del
relato. Por ese motivo pienso que un poco más de historia que nos centre en el
momento en que la Perla de Qŭrṭuba va a tener lugar no vendrá nada mal.
Pues bien, como íbamos diciendo las bases
principales para que Córdoba se convirtiera en un símbolo único en la historia
nace en el momento en que se instaura el emirato cordobés. Había sido instituido
éste en el año 756 por Abderramán I, el príncipe Omeya huido de Damasco tras el
golpe de estado que derrocó a su familia del trono. Tal hecho, el de la llegada
del príncipe a la España visigoda sucedió tras la conquista de la península por
el sur en la Batalla de Guadalete (río, próximo a la ciudad de Jerez (Cádiz), donde
tuvo lugar en el año 711 y enfrentó al ejército del rey visigodo Don Rodrigo y
a los musulmanes bereberes del Norte de África capitaneados por Tarik,
lugarteniente del gobernador Muza... Pero ésa es otra historia…
Abderramán III (891-961), subió al trono en el año 912, en plena descomposición
política del estado andalusí. Con extraordinaria energía y capacidad acabó con los diversos
focos sublevados, imponiendo, tras muchos años, por vez primera, la autoridad y el
orden en todo el país. En el 929, siendo emir de Córdoba hasta aquel momento, se
proclamó Califa, llegando a la más alta dignidad política y religiosa del Islam,
acabando así con la dependencia espiritual de Bagdad. Hecho explicable que se sustenta sobre las
consideraciones de legitimidad dinástica, la razón principal de tal hecho recae sobre la decadencia del Califato Abbasí y en la vecindad del Califato Fatimí, cuyas extensiones dominaban el Magreb y desde Egipto
amenazaba con extenderse hasta Al-Ándalus.
Abderramán III instauró de esta manera en la Península Ibérica, el
Califato independiente de Córdoba. Éste perduró oficialmente hasta el año 1031,
en que fue abolido tras una larga guerra civil (fitna), lo que dio lugar a la
fragmentación del estado Omeya y su transformación en multitud de reinos,
conocidos como Reinos de Taifas.
Con el cambio de la situación institucional al convertirse Al-Ándalus en un califato, se exigió la adopción de una serie de medidas políticas, económicas, religiosas y hasta urbanísticas, entre las que estaba la construcción de una ciudad para albergar la nueva seña oficial del reino: la residencia del califa y la sede de los órganos de dirección del nuevo Estado. Se eligió para ese núcleo urbano un emplazamiento al que se le llamó Medina Azahara o “ciudad de Zahra” (Madinat-al-Zahra). Aunque, luego la cultura popular y los versos de algunos poetas árabes crearan la bella leyenda de que fue un homenaje a la favorita del califa, Azahara; a quien conoció fortuitamente en los jardines de los naranjos en la entrada de la Mezquita-Aljama mientras realizaba la abluciones antes de la oración. Tal era su belleza que ésta deslumbró al califa, quien la tomó como concubina, haciéndola centro de su corazón.
Con el cambio de la situación institucional al convertirse Al-Ándalus en un califato, se exigió la adopción de una serie de medidas políticas, económicas, religiosas y hasta urbanísticas, entre las que estaba la construcción de una ciudad para albergar la nueva seña oficial del reino: la residencia del califa y la sede de los órganos de dirección del nuevo Estado. Se eligió para ese núcleo urbano un emplazamiento al que se le llamó Medina Azahara o “ciudad de Zahra” (Madinat-al-Zahra). Aunque, luego la cultura popular y los versos de algunos poetas árabes crearan la bella leyenda de que fue un homenaje a la favorita del califa, Azahara; a quien conoció fortuitamente en los jardines de los naranjos en la entrada de la Mezquita-Aljama mientras realizaba la abluciones antes de la oración. Tal era su belleza que ésta deslumbró al califa, quien la tomó como concubina, haciéndola centro de su corazón.
Tras arduas luchas en las fronteras con los reinos cristianos,
muchos moros fueron hechos prisioneros y Abderramán III reunió una gran suma de
dinero para su rescate. Enviados sus embajadores con el mandato de liberar a
todos los cautivos tras el pago por su
libertad, los enviados no encontraron a nadie con vida y regresaron devolviendo
la fabulosa suma al su señor. El califa, conmovido por la suerte de sus
soldados, entregó el montante de su rescate a Azahara para que lo empleara en
obras de caridad. Pero ella sugirió a su señor Al-Nasir que debía emplearlo en
la construcción de una ciudad palacio que fuera muestra de su magnanimidad y
grandeza.
De origen granadino y, como he
mencionado, de nombre “Al-Zahra” (la brillantísima); se cuenta que estaba acostumbrada
a las blancas cumbres de Sierra de Elvira, las cuales añoraba tras ser llevada
a vivir a Córdoba, donde sólo nieva en muy escasas ocasiones. Y por el inmenso
amor que le profesó el califa, fue regalada con una imagen similar, ordenando
el monarca sembrar la sierra cordobesa de almendros e higueras para que sus
flores blanquearan a los ojos de la princesa en cada equinoccio la falda de la
sierra cordobesa. Por lo que la eclosión de las flores le permitiría ver en
primavera todo lleno de níveo color alrededor del nuevo núcleo urbano de la
Ciudad Brillantísima. Lo cierto es que aún se encuentran entre la vegetación de
la sin igual Sierra Morena algún que otro vestigio de realidad a esta leyenda. La vida
de la brillantísima Azahara de Abderramán al-Nasir, no fue larga, y tras su
desaparición, el califa hizo tallar una estatua de su amada para que fuera
colocada en la entrada de su ciudad resplandeciente símbolo de bienvenida y del
amor que le tuvo.
Indudablemente, sea verdad o no esta hermosa
historia de amor, cosa por la que no vamos a entrar en discusión; los principales
motivos de la construcción de tan magnífico proyecto fueron de índole
político-ideológico-social.
Las crónicas de la época cuentan la magnificencia y suntuosidad que engalanaron sus muros y el gasto que supuso la ciudad acorde a ser, como se ha dicho, el centro político, económico, administrativo, religioso y social de todo el poder árabe de Occidente. Se conocen las fabulosas inversiones que se gastaron en su construcción, así como la brillantez y lujo de los materiales que se utilizaron y que se trajeron de los más remotos lugares, igualmente las manos de los más expertos maestros artesanos venidos de los confines del orbe, hicieron posible el sueño de un califa que quiso deslumbrar al mundo con su poder y su boato.
Las crónicas de la época cuentan la magnificencia y suntuosidad que engalanaron sus muros y el gasto que supuso la ciudad acorde a ser, como se ha dicho, el centro político, económico, administrativo, religioso y social de todo el poder árabe de Occidente. Se conocen las fabulosas inversiones que se gastaron en su construcción, así como la brillantez y lujo de los materiales que se utilizaron y que se trajeron de los más remotos lugares, igualmente las manos de los más expertos maestros artesanos venidos de los confines del orbe, hicieron posible el sueño de un califa que quiso deslumbrar al mundo con su poder y su boato.
Y Medina Azahara fue conocida en los
límites de la tierra allá donde las embajadas llegaran con las misivas del
califa Abderramán. Y Córdoba se convirtió en el centro político, económico administrativo, social,
religioso y cultural de Al-Ándalus, un reino poderoso que controlaba la mayoría
de la península Ibérica. Por lo que fue admirada, deseada, envidiada, temida… Lo que propició necesariamente que Medina
Azahara sobreviviera poco tiempo, pues su destino no tuvo más remedio que ir
unido al de los avatares del califato cordobés.
Con el devenir del tiempo, cuando
Hixem II fue nombrado califa siendo aún un niño de sólo once años de edad,
un funcionario, que había venido de
Algeciras a Córdoba a estudiar jurisprudencia y literatura y que había ido
ascendiendo en la escala del poder, consiguió el nombramiento de mayordomo, lo
que en el sistema político de los reinos cristianos llamábamos valido. Abi Amir Muhammad, quien se conoce en la
historia como Almanzor y cuyo nombre es una castellanización del calificativo
árabe con que él mismo se rebautizó tras una de sus muchas victorias guerreras:
"al-Mansur bi-Allah" (el victorioso de Dios)
Almanzor es uno de esos personajes históricos que va unido a la grandeza
del califato cordobés por varias razones. Impulsó la última reforma de la gran
Mezquita Aljama y ha trascendido al terreno del mito al quedar su huella
grabada de manera aciaga y desagradable por su dureza como guerrero, con lo que
se ganó campaña tras campaña la admiración del pueblo andalusí. Es precisamente
por estas incursiones de castigo y devastación por las que Almanzor es
recordado históricamente, todas ellas victoriosas, destacando en las que destruyó
ciudades, tan emblemáticas para los reinos cristianos hispanos como León (984),
Barcelona (985) Santiago de Compostela (997) Pamplona (999) y San Millán de la
Cogolla (1002).
De haber seguido existiendo un
Califato fuerte como el de las décadas centrales del siglo X, los reinos
cristianos hubieran visto muy difícil su expansión al sur. Sin embargo, con su
pronta desaparición en 1031 y la formación de los pequeños Reinos de Taifas,
los castigados reinos cristianos pudieron recuperarse y en muy poco tiempo
convertirse en una amenaza real para Al-Ándalus, que se culminaría con la toma
de la emblemática ciudad de Toledo en 1085.
Pero dando un corto paso atrás para retomar el hecho de que Hixem
II, fue obligado a abdicar en 1009, fecha del comienzo
de la Fitna (guerra civil) y, aunque restaurado en el trono en 1010, ya no hubo
manera de mantener un poder central, con la aparición de líderes golpistas que
se hacían nombrar califas y que, si acaso, sólo duraban en el poder dos o tres
meses.
Fue en el contexto de esta situación, cuando una de las muchas revoluciones del momento, en este caso de bereberes ayudados por el rey Sancho de Castilla y encabezados por Suleiman, al que erigieron como califa, produjo el comienzo de la destrucción de Medina Azahara.
Tan arrasada quedó que llegó a perderse hasta el lugar exacto de su emplazamiento y el recuerdo de su nombre que quedó como “Córdoba, la vieja”.
Fue en el contexto de esta situación, cuando una de las muchas revoluciones del momento, en este caso de bereberes ayudados por el rey Sancho de Castilla y encabezados por Suleiman, al que erigieron como califa, produjo el comienzo de la destrucción de Medina Azahara.
Tan arrasada quedó que llegó a perderse hasta el lugar exacto de su emplazamiento y el recuerdo de su nombre que quedó como “Córdoba, la vieja”.
La caída
de la que fue capital indiscutible de Al-Ándalus, tomada por los ejércitos del
rey Fernando III el Santo en 1236, fue
más que un símbolo que marcó el fin de la hegemonía del califato cordobés; fue la
contundente realidad del principio de la supresión del Islam como fuerza
política de relevancia en la Península Ibérica hasta erradicarlo totalmente con
la conquista de Granada por los Reyes
Católicos en 1492.