El establecimiento de Café Presto en
Torrington Place era un hervidero de estudiantes a aquella hora en busca de un
sándwich o un café. John lo había preferido a Costa Coffee y había llegado
caminando hasta allí huyendo de encontrarse con caras conocidas que le hicieran
preguntas y lo pusieran en un incómodo compromiso. Estaba sentado en una mesa retirado de la
entrada, no quería ser descubierto por el primero que llegara y lo reconociera
implicado en la comidilla de la facultad: el asunto de Vicky Blackwell. Parecía
que durante aquellos días no había otra cosa de que hablar en la Bartlett. Como
si no hubiera en qué emplear el tiempo…
Hasta después
de tener su café con leche doble muy caliente y dos sándwiches mixtos de jamón
y queso, no empezó a sentirse seguro de que en aquel rincón podría estar a
salvo de los indiscretos. No quería ver a nadie, ni a sus propios amigos. Se
sentía demasiado vulnerable en esos instantes y un perdedor, como para permitir
que lo viesen en aquel lamentable estado.
Estaba siendo consciente de que los errores cometidos se estaban
cobrando su tributo, pero él nunca hubiera pensado que el tributo pudiera ser
tan grande que podría apartarlo de su carrera como arquitecto, y al paso que
iba, eso mismo era lo que estaba a punto
de suceder. Nunca debió dar a Vicky Blackwell una oportunidad de acercarse a
él. Tenía que haber sido firme en eso y no haberse arrimado a ella cuando le
interesó de alguna manera. Craso error que cometido llevado por el orgullo para
demostrar a Paul… “¿Qué le había demostrado realmente?” Se preguntó sin
encontrar ninguna respuesta que le satisficiera. Pero de lo que sí estaba
seguro era que de todas las chicas que había conocido, Vicky era una más entre
un millón y debería haber sido lo bastante sagaz para darse cuenta que ella le
estaba ganando la partida poco a poco sin que él pudiera hacer nada por
evitarlo. John se sentía un gran perdedor, no sólo por todo lo que estaba
pasando, sino por perder a Laura también. Alguien tan cerca de él y tan lejos a
la vez. Ni sus risas ni sus ocurrentes palabras le servían ahora de mucho; mas,
de manera contraria, estaban haciéndole sentirse como un payaso en manos de
aquella pequeña marrullera que le extorsionaba de una manera increíble y
astuta, obligándole a esconderse detrás de una máscara donde poder lamentar su
amargura a solas en un rincón apartado de aquel bar. Mientras se preguntaba por
qué le ocurría eso a él. Qué había hecho tan malo para merecer que el destino
le hiciera pasar por algo semejante… Pero ya era demasiado tarde para emprender
un camino distinto, debía encontrar la salida de ése y escapar hacía la razón
que le asistía, para demostrar que nada de lo que Vicky afirmaba era cierto.
“¡Maldita la hora en que le puso una mano encima!” Se recriminó duramente mientras apretaba los
puños con ganas de golpear algo… o alguien… Pero no. debía conservar la calma y
hacer las cosas de manera lógica y sensata. Sólo entonces lograría rescatar su
dignidad ofendida y dejar de sentirse un perdedor. A pesar de todo y de lo que
los demás pudieran pensar, él no era lo que parecía ser. Era John Lane, un
joven prometedor, estudiante de arquitectura e iba a encararse con su destino y
tomar las riendas de su vida sin dejarse manipular por nadie. Aunque todavía no
sabía cómo hacerlo.
Cuando acabó
de comer abrió su libro de Historia y se colocó al lado una carpeta con folios
de apuntes. Empezó a leer, pero su mente divagaba entre las líneas consumiendo
letras sin sentido mientras que sus ideas no se apartaban de problema que
planeaba sobre su cabeza. Estaba completamente distraído, abstraído en los
consejos de Mr. O’Toole, las broncas de sus padres, las bromas y
recomendaciones de sus amigos y las palabras de la aprovechada de Vicky
incriminándole de aquella manera tan sucia en algo que podría haberse
solucionado de una forma más normal y sin darle tanto pábulo a diestro y
siniestro como había hecho la muy pérfida. ¿Persiguiendo qué? ¿Su amor? “Pues
estaba lista”. Se dijo mientras garabateaba en el papel. “El orgullo viene
antes de la caída”. Pensó con determinación en el proverbio, y no iba a
prescindir de él por muy bajo que hubiese caído ante sus padres o sus amigos,
si le quedaba alguno... Sin embargo, por más que analizaba todo el tiempo
transcurrido desde que comenzó el curso, era difícil caer en la cuenta de lo
que estaba pasando y cualquier esfuerzo por buscar la luz parecía inútil. De
repente se fijó en los garabatos que había dibujado en el folio que emborronaba
con ellos. Eran eles, una detrás de otra… Soltó el bolígrafo sobre la mesa,
como si le diera calambre, tan fuerte, que fue a parar al otro extremo y no lo
detuvo por un micro-segundo antes de que volteara al suelo sin remedio. Se
agachó para buscarlo y cuál fue su sorpresa que, al alcanzarlo, una mano
femenina ya lo había atrapado al llegar al suelo y estaba dispuesta a
devolvérselo con una sonrisa tan encantadora como sugestiva que John no
recordaba haber recibido de nadie en semanas.
―Se te ha
caído ―le dijo Jane Archer alzándose del suelo tras recoger el bolígrafo de John.
Él se quedó
mirándola un poco fuera de contexto, no se había dado cuenta que por huir de
sus compañeros y amigos se alejó de Costa Coffee en busca de seguridad y
soledad, pero se había metido en Café Presto, la cafetería que era frecuentada
por los alumnos de la RADA. Era demasiado tarde cuando cayó en la cuenta al ver
a Jane sonriente y solicita, con la mano extendida, devolviéndole el bolígrafo.
―Hola ―le
dijo levantándose para saludarla, dándole un beso en la mejilla, a la vez que
oteaba los alrededores en busca de Ruth McClellan, su sombra.
Jane le
devolvió el saludo complacida de verle y haberle encontrado allí por primera
vez en tanto tiempo. Echó un fugaz y taimado vistazo a su alrededor, que a John
no le pasó desapercibido, intuyendo su intención de saber si Paul se hallaba
cerca de él.
―¡Qué raro
verte por aquí! ―continuó diciendo Jane.
―Trataba de
estudiar un poco ―expuso John como excusa, no pensaba decirle la verdad de su
situación―. Bueno… pasar apuntes y eso… No se puede concentrar uno mucho con
tanto ruido. Pero los sándwiches son muy buenos… ¡y el café! ¿Te apetece tomar
algo?
―Estoy con
Ruth McClellan y otros compañeros en una mesa del fondo ―le comunicó señalando
hacia la mesa donde los demás estaban mirándolos sin quitar ojo―. Pero supongo
que no se irán sin mí, si me tomo algo contigo… ¡Un café irlandés!
John levantó
una mano para saludar y Ruth le contestó acompañando al saludo con una sonrisa
que le pareció falsa.
―Pues que
sean dos ―le dijo con la mirada fija en el bolígrafo―. ¿Te importa?
―¿Perdón?
―El boli…
―¡Ahh! Sí, el
bolígrafo… ¡Cómo no! Toma ―se lo ofreció.
―Siéntate,
por favor… ―le pidió con amabilidad―. Voy a pedir los cafés.
Jane le brindó
una sonrisa protocolaria al ver que se dirigía a la barra y se quedó mirando al
chico. Intuía porque estaba allí, las noticias de esa índole corrían como la
pólvora. Encontrarle había supuesto de momento una oportunidad de oro que, por
supuesto no pensaba desperdiciar. Llevaba semanas urdiendo un plan y John
significaba una gran aportación logística a ese plan. Antes de que John
volviera con los cafés, se volvió hacia la mesa que ocupaba con Ruth, Tyler y
otro chico compañero de la RADA y les hizo señas con la mano indicándoles que
esperaran...