La agitación de las muchachas
ante aquel primer sábado libre de cargos era patente a la hora de
arreglarse para salir con los chicos. Lourdes no sabía qué ponerse y Carmen no
sabía cómo maquillarse para sacarse mejor partido, aunque no era chica de usar
mucho “el pote y el rímel”, como ella misma llamaba al hecho de ponerse guapa. Pero
aquella tarde estaba decidida a ponerse irresistible para George, con quien
poco a poco iba afianzando una relación que empezó sin querer y se consolidaba
sin notar. La que peor llevaba el asunto de todas era Vicky, para variar, no
sabía qué ponerse, tenía sobre su cama casi todos los vestidos y conjuntos
posibles que podía combinar con su ropa y ninguno le parecía bien. Estaba
decidida a ir a por todas con John, demostrarle lo guapa y atractiva que podía
ser, tanto o más que Laura, si se lo proponía…
Las quejas bien porque el tiempo
apremiaba o bien por los conjuntos que rondaban sus cabezas y no acabaña de
convencer, flotaban en el aire como un molesto
ruido de gallinero espantado sin ninguna consideración para la pobre Laura, a
quien le había subido la fiebre de nuevo y, metida otra vez en la cama, se
tapaba la cabeza para evitar la claridad y mitigar de una manera simbólica el
griterío ambiental en torno suyo.
―¿Qué te perece éste? ―le preguntó Carmen a su hermana, mientras
se sobreponía uno de sus vestidos sujeto todavía en una percha.
Se acerco a la cama y la tocó
por encima del nórdico que aparecía liado en torno a su cuerpo, pues Laura estaba
muerta de frío por la fiebre. Se dio varias vueltas cuando estuvo segura que su
hermana la miraba para mostrarle el conjunto: camiseta rosa con la cabeza de
una pantera rosa en fantasía relucía sobre una minifalda tejana negra con
bordados de flores en los bolsillos, unos leguis negros que llevaría
supuestamente con botines de media caña y cazadora tejana negra también. Carmen
se había colocado un sombreo de gánster y sostenía la cazadora y los botines n
la otra mano, y a verdad era que iba a estar muy mona con todo el conjunto… Cuando
lo tuviera puesto.
Laura asomó un ojo entre las
sábanas y después un dedo, al modo romano, en señal de asentimiento positivo.
―Mira que eres parca en
adjetivos… ―se quejó Carmen sorprendida por la actitud de su hermana―. ¡Qué
trabajo te cuesta decirme que estoy guapa!
―No me cuesta trabajo, es que me
duele todo… ―admitió con voz trémula desde debajo del nórdico―, pero estarás
muy bien, Carmen, muy guapa. Seguro que George se muere de la impresión y
tienes que resucitarle a besos haciéndole el boca a boca… ¿Contenta?
―Eso está mucho mejor. ¡Ten
hermanas para esto! Ni una palabra amable cuando una necesita una visión
externa del asunto. Y precisamente hoy: ¡Mi día de libertad! Pienso sacarle
bien el jugo… ¡Prepárate Londres, allá voyyy!