Muamar (otoño
de 2011)
—…¡Debemos combatirlos, vencerlos, someterlos! —exponía
con contundente vehemencia, a modo de una arenga militar, Said Abdul Hamil, el
francés, a sus alumnos que permanecían sentados sobre una gran alfombra persa
en medio de la sala donde se encontraban—. Es la misión más sagrada de un buen
musulmán; hacer que la religión del Dios único se extienda por todo el planeta
y subyugar a los infieles de una manera rotunda e inequívoca. La recompensa es
grande, pues nuestra vida aquí es efímera y mísera; estamos de paso sólo para
ganar el Paraíso y sólo siendo mártires por Allāh
lo obtendremos instantáneamente.
Cuando Hamil se calló un
silencio pesado poseyó el ambiente. Los muchachos que le escuchaban, le miraban
con admiración. Había pronunciado todo su discurso de una forma acalorada,
categórica y casi hipnótica, dotada de una energía envolvente que abdujo las
mentes de todos los chicos, sacándolos de la realidad que les rodeaba.