El próximo jueves 11 de julio a las 19:30 horas, será presentada en la librería Beta Imperial la antología Ediciones Atlantis "Andalucía, Golpe a la Corrupción". situ, calle Sierpes 25, Sevilla.
Con motivo de las publicaciones temáticas recopiladas en una antología donde participamos varios autores, ya publicados, que mi editor hace cada año. Al igual que el año pasado participé con mi relato "Una luz en la oscuridad" exponiendo el tema de la crisis que reflejé en las propias crisis personales de su protagonista. Este año, en el que el tema candente es la corrupción, yo, volviendo a retarme a mi misma y estando cansada de la vulgaridad que oímos todos los días en los informativos de como os roban, nos engañan y nos manejan..., he querido romper de nuevo una lanza por la originalidad y hablar de la corrupción más atroz que existe: La guerra . Ésta y sus consecuencias, donde la violación de todos los derechos humanos, la venta de armas, las vejaciones a prisioneros, la venta de blancas, la prostitución el asesinato etc... están plasmados en mi relato "Irina".
En el título Irina (Paz) está resumido lo que la corrupción de la guerra vulnera. Ella es una jovencita de poco menos de doce años, que vive en Croacia y experimenta la brutalidad violenta de los soldados que asedian y arrasan su pueblo, que matan a su familia, que la violan y, al final, la hacen prisionera para venderla a unos tratantes de blancas que la traen desde los países balcánicos a un prostíbulo de carretera en la costa catalana. Irina es una luchadora que no se rinde ante toda la adversidad que la vida le tenía preparada, pero a pesar de su fuerte determinación, tiene que pagar un alto precio no sólo por la libertad de su cuerpo, sino la más complicada, la de su alma.
Os dejo un fragmento, espero que os guste.
IRINA
Llueve. El sonido de la lluvia me pone
triste y, aunque han pasado muchos años
e intento sentirme segura en mi presente, la lluvia siempre me trae recuerdos
que no quiero revivir. Sin embargo, a medida que escucho sus gotas golpear sobre
el suelo, una tras otra, de esa manera resonante, incansable, reiterativa; me
sobrecojo interiormente porque la lluvia me arrastra a un viaje de vuelta al
pasado que no me gusta realizar. Me devuelve mi a inocencia, lava mis pecados y
resucita mi pureza… Me hace volver a sentir algo que fui y que odio haber sido,
porque por ser así fui débil y limitada. Y no puedo permitirme serlo de nuevo,
sintiéndome a merced de los demás. Por nada del mundo esos sentimientos se
pueden adueñar de mí. ¡Me niego! El agua sólo debe servir para lavar mis
heridas; pero están demasiado cicatrizadas, demasiado curtidas; tanto, que es
imposible borrar los motivos que las causaron: la pobreza, el dolor, la
soledad, la injusticia, la ignorancia… Todos esos monstruos que vuelven a
aparecer, como fantasmas del pasado, y me acechan en las sombras cada vez que
empieza a llover. Toman cuerpo con forma humana, me observan, se acercan a mí,
quieren atraparme; y entonces necesito huir. Deseo desaparecer, desvanecerme
como humo, como lo deseé siempre que fui víctima de ellos. Pienso en la Muerte como única salida, la
amiga bondadosa que viene a liberarme. Aunque cuanto más pienso en Ella, más me
asusta y atemoriza; no la veo como tal amiga, nunca fue así; no la siento
liberadora. Pienso que me atrapará entre sus lóbregos brazos y que viviría apresada
en una rueda incansable que convertiría mis fantasmas en un sufrimiento sin
fin, una eternidad sin escapatoria… Esa sensación es la que me ha hecho
desistir de tomar ese tren para seguir
aferrada a esta existencia anodina que me ha tocado por suerte. Así que decidí
andar el penoso e intrincado camino que he recorrido en estos años y que me ha convertido
en un personaje cerrado, áspero y, sobre todo, recio. Porque si algo he
aprendido en esta vida es que el mundo es de los fuertes. Y sólo te puedes
sentir fuerte bajo una coraza hermética
y rígida como la que he construido en el interior de mi ser. Aunque soy
consciente de que algo tan simple como el agua se cuela por los minúsculos
resquicios y derrumba mi armadura, aunque sea por un instante. Esté donde esté,
da lo mismo, siempre pasa…
Sentada en un escalón en medio de una
calle sin nombre, situada en cualquier lado, rodeada de gente de ninguna parte,
no puedo evitar que el recorrido comience de nuevo. Las gotas han empezado a resbalar
por mi cara. Llueve y, a cada instante, con más ganas pero realmente la lluvia
no es sino las lágrimas que mi corazón aún derrama por mí misma. El chaparrón está arreciando y me pongo
chorreando, pero no me importa, pues a pesar de que en mi interior repito una y
mil veces: Que pare, que pare... No puedo evitar oír de nuevo mi voz convertida
en el eco lejano de una voz infantil que repetía esas mismas palabras cada vez
que el estrépito de la guerra sonaba a mi alrededor: «Que pare, que pare…»
Mis ojos se cierran y, como una visión espectral, el fantasma de la
guerra invade mi mente y vuelve a mostrarme su cara más cruel.
¿Cuándo parará?
¿Cuándo dejará de martillearme con su brutal recuerdo,
restregándome una y otra
vez los años de juventud perdida, y aquel
perenne instante en que mi inocencia
me fue arrebatada? Retumba
en mis oídos el ruido de las armas; el silbido de
los proyectiles; el clamor de
los combates, el miedo... Vuelvo a sentir el mismo
miedo que, como una
neblina imparable, ciega la razón, invade la comarca; se
adueña de los
corazones, se hace fuerte en los débiles…