Bayt al-Zahrā
Sara
salió junto a sus compañeros del despacho del profesor Hidalgo, era casi
mediodía y la reunión había durado más de dos horas. Se sentía satisfecha y estaba
muy contenta de saber por fin el nombre de sus compañeros en aquel
proyecto. Sus amigas Esther Galán y Mayka González, Fran Bermúdez, el novio de
Mayka. Pablo Valdés, un empollón en Arqueología Medieval, Bioarqueología y
Antropología Forense, asignaturas en las que había conseguido sobresaliente en
los últimos exámenes. Y por último un amigo muy especial que no se hallaba
presente en aquella reunión, pues había regresado a su casa, en Málaga, a
recoger algún material que necesitaría para la ocasión. Ismael Alcázar, un
malagueño de veintidós años, muy simpático y bien parecido con un salero
especial que le hacía atractivo a todas las chicas, aunque él no tenía ojos
nada más que para una, su vecina, Sara. Aunque ella, con sus cinco sentidos
puestos en el profesor Infante, ni se había dado cuenta.
No obstante Sara
estaba contenta, sobre todo por él. Si alguien merecía estar en el grupo de los
privilegiados, ése era Ismael. Estudiaba el último curso de Historia y Filología
árabe, soñaba con convertirse en un arabista consumado, pero todavía estaba muy
lejos de su sueño, para él participar en la exposición iba a suponer un empuje positivo
a sus proyectos de futuro, codearse con muchos eruditos y aprender sobre el
tema. Era Ismael a quien se refirió ella cuando dijo al profesor Infante que
podría darle una buena excusa a su profesor de árabe la tarde en la que
visitaron el Museo Arqueológico. Y es que Ismael y Pablo vivían junto a otros
estudiantes en la casa de al lado, cuya dueña era viuda con los hijos ya
emancipados; así que la mujer, por un precio módico, alquilaba las habitaciones
y se encargaba de sus estudiantes. De esa forma ayudaba a su economía y se
entretenía velando por los chicos.