Introducción
El
lujo, la riqueza y el boato no significarían nada en esta vida si no
fueran de la mano de la excelencia, la exquisitez, la delicadeza y la fantasía.
Y estas premisas se dieron a la hora de construir una muestra del
esplendor Omeya; la ciudad andalusí más bella que ha visto la
historia: Madinat-al-Zahra (Medina Azahara).
Por esto, cuando se camina por ella es fácil imaginar lo que pudo ser la vida en sus tiempos dorados y la fastuosa suntuosidad de algunas de las recepciones celebradas entre sus muros, no es difícil vislumbrar la esplendidez y magnificencia del califa reinante y anfitrión de excepción y la riqueza y colorido de los ropajes de su corte, hechos con tejidos nobles, los uniformes de gala de su guardia real, la belleza de sus caballos andalusíes, los misterios de su conocido harén, los aromas de sus maravillosos jardines, el rumor de sus inigualables fuentes que convirtieron el sonido del agua en música relajante o el aspecto absolutamente esplendoroso y deslumbrante de los salones de esta noble construcción situada en España a 7 kilómetros de la ciudad de Córdoba en dirección oeste. La ciudad fue construida, orientada de norte a sur, en la ladera de la Sierra de la Novia, «Chabal al-Arus» en tiempos del Califato, frente al frondoso valle del Guadalquivir. Fue distribuida en tres terrazas, aprovechando con maestría el desnivel del terreno, dándole una forma rectangular que ocupó unas ciento doce hectáreas.
En el año 936 un ejército de más de diez mil trabajadores, liderados por los más expertos alarifes constructores de la ampliación de la fabulosa Mezquita-Aljama de la capital, comenzaban la construcción de la ciudad aúlica más importante y hermosa de todo el mundo occidental: Madinat Al-Zahra.
En el año 936 un ejército de más de diez mil trabajadores, liderados por los más expertos alarifes constructores de la ampliación de la fabulosa Mezquita-Aljama de la capital, comenzaban la construcción de la ciudad aúlica más importante y hermosa de todo el mundo occidental: Madinat Al-Zahra.
Las
obras duraron algo más de veinticinco años y su esplendor setenta y cinco
años más. La Guerra Civil en Al-Andalus, los saqueos, los enfrentamientos y los
incendios destrozaron la ciudad más admirable de occidente. La tierra fue
cubriéndola y se convirtió tristemente en una cantera que, con el tiempo se vio agotada y hasta para esos menesteres dejó de ser válida; desapareciendo su emplazamiento al que se le recordó como Córdoba la
vieja. No fue hasta el siglo XIX que aquél montón informe de tierra y
piedras que formaron sus ruinas se identificó como el lugar de Medina Azahara, no comenzando su
excavación y restauración hasta 1910.
Ahora
se han cumplido cien años del comienzo de esa aventura. Y a pesar de que lo
recuperado no es ni sombra de lo que en su tiempo fue, pasear por ella te llena
de esa magia particular y espectacularidad en la que sus piedras fueron
impregnadas por el lujo y la riqueza de la mano del buen gusto, la
exquisitez y la fantasía. Al poner los pies sobre sus calles te invade una
sensación de pertenencia, de satisfacción y asombro que no se puede explicar,
más aún, si tus ojos vieron la primera luz en Córdoba.
Medina
Azahara estaba rodeada de una imponente muralla cuya entrada presidía una
enorme arcada donde una plaza de armas sin igual era el lugar donde los califas
pasaban revista a sus ejércitos o los más grandes dignatarios eran recibidos
con los fastos protocolarios de la época. Estaba la ciudad dispuesta en tres
terrazas como ya he dicho: la superior (la que ha sido totalmente descubierta)
y en donde se emplazaban los edificios del gobierno y los palacios de la
familia real. La intermedia donde habitaron los funcionarios y la tercera,
parte destinada al pueblo, que aún permanece sin excavar.
Contaba con dos mezquitas; La Aljama, para la familia real y los dignatarios y
la destinada a los trabajadores de la ciudad. Y entre sus atractivos más
singulares estaban sus jardines y sus fuentes, dignos de comprar con los de las
«Mil y una noches».
La
historia que voy a contar ocurre en Madinat-al-Zahra, cuando la máxima grandeza
de la Córdoba musulmana fue conseguida por Abderramán III al tomar el título de
Califa en el año 929 y hacer de Córdoba un califato independiente de Damasco y
la ciudad más floreciente, culta y poblada de la Europa del Medievo (casi un millón
de habitantes).
Sí,
Córdoba fue la capital del mundo culto en la Edad Media, centro de Ciencia y
Saber. Su biblioteca principal compitió en importancia con la de
Alejandría. albergando entre sus paredes más de cuatrocientos mil ejemplares, según crónicas cristianas, y hasta un millón de ellos, según crónicas musulmanas. Es sabido que el califa Omeya fue también un gran impulsor de la
cultura y, además, dotó a Córdoba con cerca de setenta bibliotecas menores, fundó una
universidad, una escuela de medicina y otra de traductores de griego, de latín
y de hebreo al árabe. Amplió la Mezquita, construyendo su parte más rica y reconstruyendo el alminar.
Personajes
como el médico Abul Qasim, primer cirujano cordobés en intervenir con anestésicos, hacer implantes dentales, operar un bocio o varices o destruir las piedras del riñón con el sistema que llamó litrolisis entre otras muchas cosas. El médico, matemático, astrónomo y filósofo Averroes, el
rabino, médico y filósofo Maimónides, el filósofo, teólogo,
historiador y poeta Ibn Hazm, el poeta gastrónomo y músico Ziryab o
el arquitecto Muslama ben-Abdallah, primer diseñador
de la Ciudad Áulica, entre otros; dieron renombre a
este hecho, haciendo eco en la historia como personajes destacados e
inolvidables de la cultura cordobesa.
Córdoba
fue la capital de un califato llamado Al-Andalus que controló la mayoría de la
extensión de la península Ibérica, lugar donde las tres culturas: la
musulmana, la cristiana y la judía, convivieron de una manera ejemplar, justa y
equitativa; donde el esplendor de una dinastía procedente de Oriente alcanzó su
cota máxima, proyectándole la grandeza y brillantez que sólo unas cuantas
ciudades han alcanzado en la historia.
¿Realmente te lo vas a perder?
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