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REMES

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Red mundial de escritores en español

lunes, 25 de julio de 2011

Una Erasmus para Laura - Capítulo 51



Las veintiocho libras que le costó el recorrido del taxi, le parecieron a John un dispendio que a regañadientes pagó por mantener una reputación ante sus amigos, pero por dentro estaba conteniendo la rabia que le causaba la presencia de Vicky allí y lo caro que le había costado su aparición en la fiesta. Parecía caída del cielo, pero no como un ángel, sino como un meteorito… y a él le había dado de lleno en la frente. ¿Quién la había invitado?  Él, desde luego, no. Ni se le había pasado por la cabeza… y si no había sido él, como Vicky pregonaba, ese alguien no podía estar muy lejos. Aunque lo peor no era eso sino ¿de dónde iba a sacar paciencia para soportarla toda la noche? Pues la chica estaba pegada a él como una lapa sin intenciones de despegarse ni un solo centímetro. Devolvió su cartera al bolsillo interior de su chaqueta y sonrió acartonadamente sin tener nada que decirle.
―¿Subimos? ―le indicó segundos después con la mano el camino de los ascensores―. Tú primero.
Ganas le daban de encerrarla en el ascensor y darle a los pisos del sótano y que se perdiera por allí un buen rato.
Vicky estaba que no se lo creía, girando sobre sí misma para míralo todo… Las luces, los adornos navideños, muy finos y en su justa media; las mesas, el servicio, la gente… Sobre todo la gente, tan distinguida y refinada; le encantaba. Aquella llamada de John llegó en su momento exacto. Y aunque era tarde, por nada del mundo se hubiera perdido una fiesta tan primordial. Sus padres no podrían imaginarse donde estaba su hija, codeándose con la flor y nata de la arquitectura en Londres. No se lo creerían cuando se lo contara al día siguiente.
―¿Y cuando se cena? ―inquirió expectante cuando llegaron arriba.
John la miró como si fuera idiota y no supiera la hora que era.
―Ya hemos cenado.
―¡Ah!… sí… ¡claro!  ―expuso para no parecer tonta, pues la forma en que el chico le había contestado dejaba de manifiesto que lo era―. Estaba todo delicioso, supongo…
―Todo perfecto y muy, muy rico ―respondió cargando sus palabras de una gran dosis de insidia corrosiva. Debía estar hambrienta y eso le encantó―. Comida internacional muy variada y caldos franceses, ya me dirás. Creo adivinar, sin temor a equivocarme que los clientes y empleados de mi padre y sus socios han quedado completamente satisfechos por tan excelente banquete.
―¿Y no ha sobrado nada?
―No sé ―le respondió de manera inexpresiva denotando la molestia que sentía―… pregunta a cualquier camarero del catering, tal vez en la sala habilitada como cocina puedas comer algo. Si quedaron restos…
Vicky notó que su tono dejaba claro su repulsa, pero hizo caso omiso a las señales que John le daba y decidió que por no comer una noche no iba a sucederle nada. Le sonrió intentando ser amable y afectuosa. Pero John la ignoraba sin mirarla.
―Bueno, déjalo, no pasa nada porque no pruebe esos platos tan sofisticados… Tal vez mi paladar de Stockport no los apreciaría en la justa medida.  ¿Sabes? Está todo perfecto, cariño… Es todo tan bonito.
―¿Lo es? ―inquirió él de una manera indolente para llevarle la contraria, una pobre revancha, pero lo hizo sentirse mejor―. Será que como la veo todos los años… pues no me llama la atención. Y deja que llamarme cariño. Yo no soy cariño de nadie y menos tuyo. Que eso te quede claro, ¡eh!
―Vale, lo siento… Era una forma amable de dirigirme a ti, pero si te molesta, pues no lo haré más. Y por lo otro, lo de ver esta maravilla todos los años. Espero que eso sea así siempre…
―¿Qué quieres decir? ―le preguntó sin captar el sentido de su afirmación.
―Pues eso ―respondió Vicky vacilante por su anteriores palabras llenas de excesivo ímpetu y falta de prudencia con John―… que lo veas muchos años de tu vida.
John la miró dudoso con un rictus serio de recelo, al parecer, infundado, pero no era así, había captado perfectamente lo que Vicky había dicho con toda la intención, aunque no quiso escarbar en el asunto por miedo a descubrir cosas que ni quería ni le interesaba saber.
Un ruido inesperado fuera de la sala distrajo la atención de todos hacia el recinto donde había sido celebrada la cena. Paul echó un vistazo rápido entre los asistentes y sin saber por qué, algo le dijo que se trataba de su hermana Ruth.  John aprovechó la coyuntura y dijo con exagerado interés:
―Disculpa, Vicky, pero voy a ver que ha sido ese ruido ahí afuera.
―¡Pero John…!  ―se quejó entreviendo la excusa―. Si ya fue Paul… ¿No lo has visto salir de la sala? ―inquirió con un tono decreciente viendo que era imposible retenerle a su lado―. ¿Acabo de llegar y me vas a dejar aquí sola?
John ni le contestó, de hecho estaba ya demasiado alejado de ella para escuchar sus palabras con el murmullo de las voces que llenaban el ambiente. Vio en el repentino ruido la excusa perfecta para zafarse de Vicky de una vez por todas...

sábado, 16 de julio de 2011

Una Erasmus para Laura - Capítulo 50


La puerta se cerró rápidamente tras ella, dándole la sensación de seguridad que necesitaba tanto como respirar. La agitación era palpable en todo su cuerpo; sus manos heladas por un sudor frío, estaban temblorosas en espera de encontrar algo con lo que distraer el estupor que le había causado ver aparecer a aquella mujer allí. Se precipitó sobre la mesa de despacho de su marido buscando en los cajones una cajetilla de cigarrillos. Cuando Jim fumaba siempre guardaba alguna de repuesto, por si en algún momento insospechado se quedaba sin sus Dunhill, pero no encontró en ninguna. Así que fue hasta el bar y se sirvió un trago de whisky que bebió de un tirón. Al penetrar el líquido por su garganta cayó en su estómago como una bala de cañón, no había comido nada desde el almuerzo y con todo creyó desfallecer. Respiró descompasadamente varias veces presa de los nervios, que nos se apaciguaban. Sentía latir su corazón en las sienes. La ropa empezó a molestarle, se sentía atrapada dentro de ella, y se desprendió de una estola de visón que cubría sus hombros dejándola caer al suelo. Sentía que estaba perdiendo el control y que no era buena señal; pero ver a Lydia Reynolds entrar en el lugar de trabajo de su esposo, aunque aquella noche estuviera habilitado para albergar una cena bufet de la empresa, como si entrara en sus dominios, la había puesto realmente enferma.
Ante sí tenía una hermosa vista de la noche londinense; desde las paredes de cristal de la oficina de Jim se divisaba la cúpula de Saint Paul’s y uno de sus pórticos laterales. Con la iluminación nocturna, la catedral parecía aún más blanca y componía una bella estampa, una vista encantadora que dominaba La City, dándole un sello característico mundialmente conocido, Sin embargo, Pat cerró los ojos, el mundo a su alrededor le resultó precario e inútil, no quería ver aquello que significaba el triunfo social de Jim representado en la vista inigualable que sólo tenían los privilegiados que podían adquirir su espacio en La City londinense, un lugar que simbolizaba el éxito socio-laboral de todo aquel que era reconocido por ello y Jim era uno de esos afortunados que lo habían logrado. Pero, ¿y ella? ¿Dónde quedaba ella en esa historia? Se preguntó dolorida en su fuero interno. Jim la había arrancado de cuajo y se había deshecho del significado de todos sus esfuerzos y apoyos desde que tenían dieciséis años, y ahora cuando había alcanzado la fama y el reconocimiento convirtiéndose en uno de los arquitectos de moda en la ciudad se despojaba de su amor, de su complicidad, de sus renuncias, de sus desvelos, de sus cuidos… y llenaba su espacio con aquella estúpida que estaba afuera dejándose admirar como si fuera una diosa del Olimpo. Las piernas le flaquearon y se acercó a la mesa de trabajo donde la maqueta de Laura estaba dispuesta para su estudio, movió algunas cosas para mirar debajo con la secreta esperanza de encontrar aquel cigarrillo que le calmaría los nervios. Y por fin obtuvo su recompensa, entre los papeles y utensilios encontró el paquete de Dunhill que buscaba. Pero… no era el de Jim, primero: él no fumaba ya, nunca tendría una cajetilla en la mesa de trabajo. Y segundo: aquél era mentolado y Jim odiaba el tabaco mentolado.  Al extraer un cigarrillo del interior y llevárselo temblorosamente a los labios, percibió un tenue olor a perfume que provenía de la caja, mezclado con el olor a tabaco rubio. Perfume de su rival. Lo conocía demasiado bien de olerlo impregnado en las camisas de su esposo.  Encendió el cigarrillo con una cerilla, que tomó de un librillo, que había al lado de los cigarrillos, con propaganda del Grovesnor-Victoria, uno de los casinos más populares de Londres, situado en Marylebone, muy cerca de Regent’s Park, a poca distancia de su casa. Jim era un sinvergüenza, pensó con rabia... Pero ella amaba todavía a ese sinvergüenza tanto que su corazón acababa de romperse en mil pedazos al tener que enfrentar a su rival...

martes, 5 de julio de 2011

Una Erasmus para Laura - Capítulo 49


Los cristales estaban empañados y al asomarse por la ventana aquella mañana, Laura descubrió que todo estaba cubierto por una espesa capa blanca. Había nevado toda la noche de la manera más inesperada, pues todo el día anterior había estado lloviendo torrencialmente. Pero estaba claro que las temperaturas habían bajado y la nieve había hecho su aparición de una manera mágica, pues, a pesar del frío, todo parecía formar parte de una enorme tarjeta de Navidad viviente. En la calle los coches aparecían con un grueso manto de nieve sobre ellos y toda la entrada de la residencia aparecía  cubierta sin que ninguna huella, de momento, enturbiara la maravillosa perspectiva de la nieve desde arriba. Nunca había visto algo así, en su tierra natal, donde ella vivía, nunca nevaba y eso daba al espectáculo natural un toque de especial. Aquel iba a ser un día muy especial y, aunque las últimas semanas, antes de las vacaciones de Navidad, habían sido agotadoras, Laura deseaba gozar de aquel día hasta su último segundo de una forma en que lo pusiera recordar toda su vida. Contaría los minutos hasta que llegara la hora en que Paul iba a ir a recogerla para llevarla al cóctel y después a la cena que The Square Group, organizaba para todos sus empleados con motivo de la Navidad.
Escoger su vestido no había sido tarea fácil. Cuando hizo la maleta, meses atrás, nunca pensó en verse en una celebración como la que iba a  acontecer aquella noche, por lo que, haciendo acopio de todos sus recursos económicos, no le había quedado más remedio que visitar Oxford Street junto a Lourdes y su hermana Carmen, que también habían sido invitadas por los padres de George y Ritchie. Aunque los fondos no daban para mucho y ninguna quería pedir más dinero que el necesario para el billete de avión que las llevaría de regreso a casa en breve para pasar esos días; tuvieron la pericia adecuada de comprar a buen precio en Zara y Breshka. Después con un poco de imaginación, una módica cantidad de espuma en el cabello aplicando la magia del secador, un buen maquillaje y combinando complementos rebuscados por sus armarios o intercambiados entre ellas;  el milagro estaba casi logrado. El único problema, el frío, que de repente se dejaba notar de una manera ingente y se tendrían que abrigar con los abrigos que usaban cada día para ir a clase, pues el presupuesto no había dado para más. Imposible lograr el conjunto completo por pocas libras. Así que hubo de echar mano de lo usado sin  que les quedara más remedio. O abrigarse con lo que tenían o morir de frío en el intento de lucir palmito...

Que las hadas y musas elijan un capítulo para ti. Con suerte te quedas a compartir esta aventura.


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